Una carta abierta a mis amigos

Hace rato no escribía. ¿Falta de estímulo? No creo. Como dice Sabina “nos sobran los motivos” Me gusta pensar que lo que me faltaba era una excusa. Un disparador, como se dice en los círculos literarios. Es requisito, según parece, que algo lo conmueva a uno en forma particular para sentarse a escribir. En el mejor de los casos depende de nuestro humor del día. Ayer me levanté reflexivo, entonces escribí un ensayo; hoy me levanté enojado, por lo que escribo barricadas; mañana despertaré melancólico y no escribiré nada. No estoy seguro que funcione así la cosa. No del todo. Es cierto que hay días en que permanezco inmutable ante ciertos hechos, y otros en los que se agudiza la sensibilidad y puedo tamizar alguna situación por la conciencia. Pero sigo pensando que la predisposición, aunque fundamental, no es determinante. Lo determinante son los hechos. Vuelvo en este punto sobre la concepción de “hechos”. Los hechos para mí son la lectura que hago de los hechos, lo que sí podría depender de mi humor. En fin, el caso es que esta vez me siento a la máquina sin excusa, con pura predisposición.

En ocasiones las cosas dan cuenta de cierta incongruencia entre lo que uno espera que ocurra y lo que sucede efectivamente. Algunas menciones entusiasman. A medida que uno da la vuelta en torno al árbol, encuentra más tronco. Encuentra alivio. El problema no es la realidad, si no la lectura que hacemos de ella. Es difícil ajustar la percepción. Soy profundamente optimista, aunque uno busca algún eco al expresar un estado de ánimo. Soy un triste optimista. Lo que, de alguna manera, implica una sensibilidad mayor que la requerida para ser pesimista sin más. Al pesimista nada lo defrauda. Por el contrario, generan las condiciones que critican. Viven regodeados en su miseria, y condenan a los otros a esa suerte egoísta. No soy así. Siempre pensé la realidad en sentido fluido. Eso da la posibilidad de operar sobre ella, de rectificar. Puede decirse de ella que es como el cauce de un rio. No se duda de su existencia, pero es lícito pensar que no es posible bañarse dos veces en el mismo rio. Lo que entristece es corroborar que se han hecho esfuerzos en un sentido que parece no ser el indicado. Desalienta la resistencia de la realidad a ser moldeada. Las personas estamos permeadas por una diversidad tan grande de cuestiones que es imposible para cualquiera de nosotros atender a todas ellas, ni a sus consecuencias. Nuestra suerte no deja de ser, en gran medida, la voluntad de los otros. Soy un humanista. Siempre espero que la mesura se imponga al impulso y la irracionalidad. Entiendo que existen, y deben existir, puntos de fuga. Sin embargo es esperable que lastimar al otro nunca sea un recurso válido.

Tal vez estos comentarios no se condigan con ciertas formas, formas de las que reniego (y me refiero a cómo me ven los demás), pero dan cuenta de una vulnerabilidad de mi parte, de un desafío, de la necesidad de charlar de algunas cosas que me preocupan. Es posible que no tenga en el ámbito cotidiano personas con las cuales conversar al respecto. Tengo preocupaciones más o menos persistentes. La soledad, por ejemplo, es una cosa compleja. A veces reflexiono más o menos sobre ellas, les doy más o menos entidad. No siempre se puede estar de buen talante. La psicología encuentra sus limitaciones en el terreno de la afectividad. Por eso se busca refugio en las artes, la literatura y otras manifestaciones del espíritu. La tristeza a la que hago referencia es, por cierto, de un carácter reflexivo, de insight, y se realiza en la búsqueda de repensar la realidad. Repensar, para encontrar el lugar perdido.

Hoy es uno de esos días en los que pienso que debo ser mejor persona, aprender más. Que soy, indudablemente, incompleto. Parece que considerarse “amigo” es una jactancia, la apropiación de la voluntad ajena, el mayor intento de dominar la suerte. No me jacto de ser amigo de nadie. Me entristece esa idea. Es un contrasentido de la amistad, como yo la entiendo. Se supone que se trata de la relación más simétrica que puede existir. O, al menos, debería serlo si se precia de una relación sana. Siempre estuve contrariado con eso. La amistad está sujeta a unos códigos que poco tienen de universalidad. Se supone que si hacés unas cosas, no podés hacer otras, y así. La intolerancia es la muestra más grande de egoísmo que existe. La impertinencia es algo que me molesta sobremanera..Es impertinente cuestionar o relativizar los sentimientos del otro, considerado amigo, en orden a un rígido corsé, dogma, o ideario que vaya a saber uno de dónde salió. Nadie es quién para calificar los sentimientos ajenos.

A las personas que no comprenden, les hablo con el lenguaje del amor, de la literatura, que, como señaló Tomás Eloy Martínez, inventa mundos nuevos que conviven con la realidad de las cosas, mundos que nos justifican y nos realizan. Las cosas dadas no me bastan. Preciso malearlas, retorcerlas, reinventarlas y complicarlas. Volver a pensar, para encontrar dónde me equivoqué. Por qué ya no veo tronco alrrededor del árbol.

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