Posibilidades de la ausencia.

A la docena le falta un clavel. Son once, una pretensión. Pero son eso, once claveles. No es poca cosa. Rojos como la sangre. Como una colección a la que le falta un volúmen. Las flores no son menos flores porque falte una. Miramos el ramo cada tanto, puesto ya en un florero de vidrio que deforma los tallos y los hace aparecer como una enrredadera verde a través de su prisma octogonal, y de inmediato vemos una enorme ausencia en el centro. Y es todo lo que veremos cada vez que miremos la mesa del living o la biblioteca. El paisaje de cúspides y depresiones angulosas no alcanza a disimular ese hueco, la interrupción de la serie. Allí donde no cabe nada, ni una letra, ni un matiz, tendremos nuestra mirada perdida. Hubiéramos preferido solo un clavel. Para empezar no hubiera hecho falta el florero, las comparaciones ni los espacios vacíos. Los contornos de las cosas no suelen extrañarse, más bien se descartan. Un trágico alivio.

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