Antes que nada

Camino una línea delgada. Siempre empiezo todo por el final. ¿Una especie de diario? Menuda ridiculez. Con tantas cosas maravillosas ocurriendo todo el todo el tiempo, me parece mezquino detenerme en los procesos internos de mi psique. La manera compleja en la que percibo los hechos del mundo me empuja, sin embargo, a llevar, digamos, un cuaderno de bitácora. Tal vez así pueda encontrar, o se revelen ante mí, pruebas suficientes como para avizorar un sentido, un hilo al menos entre tanta maraña. También puede cundir la estupidez. A lo mejor la cosa viene bien y se me ocurren historias. Recuerdo que solía inventar cuentos breves en el transporte escolar, para el regocijo de dos o tres compañeras a las que esperaba volver a ver algún día. Debería buscar alguna elocuencia en mis palabras, en éstas palabras, digo, que no es que sean mías, ni vayan a serlo nunca, pero que sí cobran algún significado virgen. Ahora, puestas aquí de esta suerte, unas con otras. Se habrán dicho cosas maravillosas con estas mismas palabras, pero nunca se las ha visto así. Ya van formando una colina que subimos. Debería escribir de tal o cual modo, como si pudiera ignorar que el texto es la carne de un esqueleto que viene a abrigarse con ella. Solo huesos transitaron las primeras líneas. A esta altura han de estar cubiertos de tejido lo suficiente como para empezar a sangrar. Cómo no reservar un curioso porvenir a esos ojos incautos que recorren este mar único en travesía primigenia, que trepan esta enredadera de una sola vuelta, esperando escalar los muros desnudos del lenguaje. De mi voluntad son testigos esta tinta, la madrugada, y esta postura incómoda bajo el velador. Su lánguido estertor vuelve en blanco desde la mesa de noche… mesita de luz, que le dicen.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Historia.

Alma