Diálogo

-¿Es usted un demonio?

-Soy un hombre.

Y por lo tanto tengo dentro de mí

todos los demonios.

Gilbert Keith Chesterton.

-Siéntese.

-Gracias. Con permiso.

-Es posible que usted haya venido aquí con cierta…cómo decirlo.

-Expectativa.

-Iba a decir esperanza, pero expectativa es mejor.

-¿Hay unas palabras mejores que otras?

-Usted qué opina.

-Que las respuestas en forma de pregunta son evasivas.

-Es cierto. Si, hay palabras y palabras. Todo depende.

-Depende de qué.

-De lo que usted quiera escuchar.

-Lo que yo quiera…a esta altura.

-No, no, no. Momentito. Siempre es importante. Hace la diferencia.

-¿La diferencia?

-En efecto. ¿O acaso no le hubiera gustado escuchar otras palabras?

-Si. Dijo bien, me hubiera gustado.

-Por eso está aquí.

-Por eso y por otras cosas más.

-¿Hay algo de lo que precise hablar?

-Es que nadie fue sincero conmigo. Nadie dijo la verdad.

-¿La verdad?

-Claro.

-La verdad termina siendo una sombra. Es eso que, según usted, permanece siempre -oculto. Es lo que usted construye a su conveniencia.

-En todo caso, nadie dijo lo que pensaba.

-Eso no siempre es posible.

-Yo lo hice.

-¿Le parece? Si lo hubiera hecho a tiempo, tal vez no estaría aquí.

-¿Qué tiene que ver el tiempo con esto?

-El tiempo regula todas nuestras actividades.

-El tiempo no existe, es tan solo una ilusión.

-El tiempo es una magnitud, por ende su función es medir algo.

-La separación de acontecimientos.

-Exacto…la simulteneidad no nos es dada. ¿Recuerda a Borges?

-Si, lo tengo presente. El caso es que por decir lo que pensaba estoy aquí.

-¿Y lo que sentía?

-¡Jha! Pensé que podía escapar de eso.

-¿Escapar de sus sentimientos o de la pregunta que acabo de formular?

-Una cosa llevaría a la otra, ¿No?

-Es posible, pero no son lo mismo.

-No. Nunca quise escapar de mis sentimientos. En realidad los puse como medio para escapar del mundo.

-¿Se da usted cuenta del carácter cíclico de sus ideas?

-No solo me doy cuenta. Ese círculo se fue transformando en una espiral que me trajo hasta aquí.

-¿En qué momento empezó a caer?

-No podría precisarlo.

-Perdón que le interrumpa pero ¿Podría evitar comenzar cada respuesta con un “no”?

-Si, claro. Supongo que fue cuando me enamoré. Al tiempo ya no pude distinguir la realidad de la fantasía.

-Veo que es consciente de eso.

-Si, por eso digo que fue una espiral. Ahora ya no se si lo soy. Ese estado fue ocupando cada vez más mi mente. Ya no pude pensar con claridad.

-Parecía bastante esclarecido su pensamiento la última vez.

-¿A qué se refiere?

-A la última carta que le envió a ella.

-Si, es verdad. Pocas veces tuve tan claro un sentimiento. Sé que la amo.

-¿A quién?

-¿De quién estamos hablando?

-Usted no “la ama”, usted simplemente ama.

-Pero siempre la quise. Desde el primer día. No pude asumirlo antes. Sueño todas las noches con su piel, sus besos, tenerla conmigo entre los brazos. Me desepera no poder alcanzarla. Me desmorono en su presencia. No dejo de pensarla, de extrañarla. Es tan hermosa…

-Lo sabemos. Está aquí con nosotros.

-¡No! No es posible….¿Cómo puede ser?¿Dónde está?

-Cálmese. Cómo explicarle… Vea, digamos que hay dos mujeres.

-¿Dos?

-Digamos. Una es la que usted ve en lo cotidiano. Con la que no puede dialogar, la lejana. La otra cifra en sí un poco de su pasado. Es la que cada noche se mete en su cama, la que lo besa con pasión, la que se rie con sus caricias, su fantasía. Ella está aquí, usted la trajo.

-¡Quiero verla!

-No se puede.

-¿Cómo puede prohibirme verla?

-Es por su bien.

-¡Mentira! Yo sé lo que me haría bien. Estoy harto de no poder tener lo que quiero.

-Permítame decirle que teniendo en cuenta todo lo que hemos hecho por usted, considero que no es apropiada su reacción.

-¿Inapropiada? Todo lo que hacen es reprimirme.

-Le pido que se calme y baje la voz.

-Si no me permite verla, lo haré por la fuerza.

-Entienda que no se puede. ¡Recapacite!

-Pero ¿por qué?

-Usted sabe por qué. No sea necio. Siempre le hemos protegido.

-¿De qué?

-La pregunta sería de quién. Hay normas que cumplir.

-Déjeme verla.

-No.

-Le exijo que me permita verla.

-¡Siéntese!

-Es preciso que sea complaciente conmigo.

-¿Cómo? ¿Vino aquí armado? ¿Con qué propósito?

-Ahora voy a decirle lo que tiene que hacer.

-¡Baje ese arma!

-Me va a permitir pasar ahora mismo y sin cuestionamientos.

-Esto es improcedente de su parte. No sabe lo que hace.

-Explíquese antes que pierda la paciencia.

-Ella está encerrada. No podrá verla, lo sabe. Es inútil.

-Eso déjelo por mi cuenta.

-¿Planea abrirla? No lo haga. Ese arma no le servirá si la abre.

-Ya veremos.

-Me sorprende la estupidez de sus actos. No podrá enfrentarse con todo.

-¡Ese es mi problema! Siempre lo ha sido. Pero usted….ustedes siempre presionando.

-Ese es el punto. Sin nosotros usted no es nada.

-No intente convencerme. Me cansé de sus palabras, me cansé de sufrir.

-Esto no aliviará su dolor.

-¿Ah, no? ¿Y la resignación que usted propone me aliviará? ¡Hipócritas!

-Si tan solo lo pensara un segundo, reflexionara al respecto…

-¿Qué? Me pide reflexión…Cuando llorar ya no sirve, no hay reflexión que valga la pena. La causa de mi pesar está ahí dentro, y solo usted se interpone.

-Es mi función.

-Por favor, apártese. Permítame pasar. No lo repetiré.

-¿Me amenaza? Es una pena. No lo haré, no lo dejaré pasar. ¡Váyase de aquí!

-¡No me voy nada! Aléjese de mi. Le advierto.

-No puedo convencerle. Abandone todo esto y váyase.

-¡Deténgase!

-No me deja alternativa. No puedo permitir que pase.

-¡Basta! ¡Quédese quieto! ¡Atrás!

-Ha planteado las cosas así. No queda opción.

-¡Retroceda! No me obligue…

-Yo no lo obligo, es usted quién se obliga. Insensato.

-¡Déjeme en paz!

-Termine con esto. No lleva a ningún lado. Si aprieta el gatillo lo espera la nada.

-¡Apártese!

-No puede eliminarme. Ella no es el problema ¿ No lo entiende? Deje de huir.

Está bien. Entonces está todo dicho. Dejaré de huir. Será el final.

-¡No! ¡No lo haga!

-Pobre diablo. ¿Alguien que limpie este desastre? Ah, y fíjense atrás… debe haber mucho quehacer.

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