A propósito del Día del Periodista

Periodismo y literatura


En la Argentina se conmemora cada 7 de Junio el Día del Periodista, fecha que recuerda la fundación de “La gaceta”, primer periódico de la etapa independentista y en la que se homenajea la figura de su creador, Mariano Moreno. Con los ideales que habían conducido la Revolución Francesa de 1789, y consciente de la importancia de contar con un órgano de difusión de aquel ideario, Moreno encabezó la dirección del primer diario del que se tenga cuenta en la zona. Este fecha fue establecida en 1938 por el Primer Congreso Nacional de Periodistas celebrado en Córdoba. La historia del periodismo cuenta en nuestro país con una nutrida tradición de talento e innovación, una historia siempre ligada a la literatura. Desde Domingo F. Sarmiento, pasando por el genial Roberto Arlt y sus Aguafuertes porteñas, por Raúl Gonzáles Tuñón, fundador junto a otros intelectuales pertenecientes al Grupo de Florida de la mítica revista “Martín Fierro” y llegando al compromiso y la militancia de Rodolfo Walsh y Osvaldo Bayer, solo por nombrar algunos, encontramos un periodismo con tintes literarios, y a su vez, una literatura rica en procedimientos periodísticos. De esta relación nació uno de los géneros más influyentes en la literatura contemporánea, la novela de no ficción, que se inauguró en la Argentina con la publicación en 1957 de “Operación masacre” de Walsh. Sin embargo, y a pesar de esta innegable correlación entre ambas disciplinas, el periodismo ha sido objeto de diversos cuestionamientos por parte de quienes lo consideran, con suerte, un género menor dentro de la literatura, cuando no una actividad desprendida de ésta, inferior o subsidiaria. Pero, ¿Es cuestionable acaso una vocación? La palabra escrita es como el fuego, cuando el hombre descubrió que podía manejarla, comprendió el enorme poder de su potestad. Es preciso entonces distinguir entre el mero acto comunicacional y el manejo de recursos expresivos, argumentativos y estilísticos que componen una obra literaria. Influir en el lector no ha dejado nunca de ser el propósito de la literatura, más allá de su orientación o estructura. Yo mismo estoy tratando de influir en el lector de este artículo para convencerlo de que el periodismo es una forma de literatura. El periodismo no es sólo un acto comunicacional, es la reconstrucción de la realidad. Toda producción literaria, por más abstracta que sea, tiene connotación (o se la puede inferir) con los conflictos y procesos sociales que la determinaron. Como toda manifestación del arte, que es el lenguaje universal, conlleva la necesidad de expresar una realidad, una vivencia, personal o colectiva. Si se poseen la vocación, la voluntad y las condiciones para materializar esa necesidad expresiva , ¿qué importa si se hace a través del periodismo, la poesía o la ficción? En todo caso podríamos diferenciar las distintas disciplinas de la literatura en cuanto a formatos, estilos, recursos, fuentes, temáticas, pero no cuestionar su naturaleza. La vocación del escritor es incuestionable. De hecho, existen muchos más puntos en común que diferencias entre las ramas de la escritura. Se supone que todo lo literario obedece a un rango de intelectualidad, acaso elitista, al que no cualquiera puede acceder. De ahí parte la reticencia de las academias, los críticos, y las empresas editoras de considerar al periodismo escrito dentro del canon literario. El ejercicio del periodismo escapa a esa concepción elitista. Toda persona, con las condiciones adecuadas, es un potencial periodista. Todo periodista es, antes que nada, escritor. El autor cubano Alejo Carpentier, uno de los precursores del realismo mágico, planteó una diferenciación temporal entre las dos actividades: “Para mí, el periodista y el escritor se integran en una sola personalidad... Podríamos definir al periodista como un escritor que trabaja en caliente, que sigue, rastrea el acontecimiento día a día sobre lo vivo. El novelista, para simplificar la dicotomía, es un hombre que trabaja retrospectivamente, contemplando, analizando, el acontecimiento, cuando su trayectoria ha llegado a su término. El periodista, digo, trabaja en caliente, trabaja sobre la materia activa y cotidiana. El novelista la contempla en la distancia con la necesaria perspectiva como un acontecer cumplido y terminado”. Esta característica, es notable en la producción de Rodolfo Walsh. Sus tres obras principales de periodismo de investigación (“Operación masacre”, “¿Quién mató a Rosendo?”, y “Caso Satanowsky”) atravesaron estas dos etapas en cuanto a su génesis, la del periodista en caliente y la del novelista analizador. Los tres surgieron como notas periodísticas, uno como folletín clandestino, otro en el periódico sindical, y el tercero en la revista “Mayoría”. Su autor tuvo la necesidad de publicar sus notas en el momento oportuno, pero también tuvo la necesidad de novelar esos relatos para lo que fue necesario el paso del tiempo y la retrospectiva. Para esa segunda etapa es preciso emplear recursos expresivos propios de la literatura, como los elementos del policial que fueron incluso reinventados por Walsh. Los personajes son presentados uno por uno. Este recurso en la estructura narrativa permite al autor novelar las vivencias personales de los protagonistas, indagar en su psicología, su condición social, sus emociones y circunstancias. Lo que genera que el lector se involucre sentimentalmente con el texto, con cada historia, y que se identifique en algún caso. Conmover al lector, predisponerlo, sensibilizarlo....influir en él y en su visión de las cosas. ¿Por qué Walsh escribió este libro? Porque fue un intelectual determinado por su tiempo, que decidió consagrar su vida al oficio periodístico. Conviene recordar el último párrafo de su “Carta abierta de un escritor a la junta militar”: “Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.” Esa es la verdadera esencia del periodismo, dar testimonio. Sin embargo, consciente de su propia humanidad, Walsh decidió novelar esos testimonios para transgredir el inefable paso del tiempo, para abrazar la inmortalidad. Hace algunos años el periodista escritor e historiador Osvaldo Bayer fue distinguido como “Visitante Ilustre” de la ciudad de Mar del Plata por el Honorable Consejo Deliberante. En esa ocasión tuve la satisfacción de concurrir al recinto de sesiones del palacio comunal e intercambiar unas palabras con Bayer. Durante el breve diálogo, en rueda de prensa, el homenajeado recordó a algunos de sus compañeros y colegas (del papel y de la lucha) que ya no están. Evocó entonces la figura de Rodolfo Walsh, con la mirada turbia y la voz pausada reflexionó “ Qué escritor...qué profundidad...¿cómo se puede matar a una persona así?” a lo que casi instintivamente respondí “no se puede, no pudieron” Osvaldo hizo un silencio solemne y asintió con la cabeza. Menos mal que no hubo otra dictadura, porque ya no habrá otro Walsh.

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