Abismo.

Me encuentro otra vez transitando algún pozo denso y oscuro. Me hace acordar a las profundidades de la infancia. Tal vez nunca salí de ese trance. Me pareció, pero solo estaría durmiendo y soñando, que es como pensar pero más vívido y sin esfuerzo. Terreno donde los sentimientos no se cuestionan. Están ahí y punto. A lo sumo uno se despierta agitado, o temeroso, preso de alguna sensación sobrecogedora que llegó demasiado lejos. Pero nada más. Es como si alguien te susurrara al oído y la cosa fuera más fácil. Hoy pensaba, caminaba por la calle y dele pensar. Me imaginaba que para salir de un pozo, lo primero es asumirse en el fondo. Sin conciencia de dónde diablos estamos, no nos es posible dar un paso en una dirección oportuna. Ni el grito pregonero de los canillitas, la inclemencia de los automovilistas y sus bocinas, el bullicio de los vendedores ambulantes de la avenida Luro, el atropellado tumulto de las gentes intentado cruzar la calle o tomar el transporte público, el llanto y los berrinches persistentes de un niño arrastrado del brazo por una madre sobrepasada que no quiere saber nada de molinos de viento de juguete, ni los volanteros impertinentes, lograron disuadir la idea en mi cabeza. En ocasiones aparezco de pronto sumido en un magma de ideaciones, y los sonidos de la urbe me llegan como debajo del agua. Voy descendiendo. Me permito la inspiración, por eso se que no hay fondo aun. Después contaré, para quién sienta curiosidad, qué hay allí debajo. Qué se siente soñar sin dormir, el riesgo de no despertar a tiempo. Ya dejo tus manos. Las siento deslizarse por las mías. No se si me llamás desde lo profundo, o te soñé halando de mi hacia afuera. Tu voz apareció dentro de mí y todo fue tormenta. La luz ya es una gotita de brillo cenital. Me hundo. Las palabras me abandonan. La voluntad se fuga. La muerte renace.

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