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Mostrando entradas de marzo, 2012

Mikrokosmos.

Un minuto es demasiada ventaja para el silencio. Es algo que no se puede hacer. Mire si no. El piso desaparece bajo los pies y las cosas deben ser dichas pronto. Suspenderse en el abismo, mirar hacia abajo por un instante. No, pero sin caerse mi amiga. Vamos, espere que García Márquez ya inventará ese pueblo otra vez. No tenga miedo. El miedo nos hace caer, Bartók lo sabía. Lindo escucharlo cuando escribo, si puedo olvidarme de Lendvai por un rato. Ahora dígame, mientras dura este trance, ¿qué le parece hasta aquí? No conteste si no quiere. Puede elegir marcharse y retomar después, pero no es aconsejable. Es como el soñante: olvida que las cosas son de sueño y termina por creer que vuela. Primero el perro, que según deduzco nunca soñaba, luego la pareja del piso de arriba a los gritos limpios (quién sabe qué fue del pobre perro) y ahora la trompeta. En fin, a mi me gusta el Dixieland, aunque mis oídos perciben los límites de la improvisación, como se alcanza la baranda del subt

Perspectivas de la imaginación

Imaginé un toldo a medio día. Imaginé la quietud y la polvareda. Calor. Un toldo amarillo. Vi la sangre y las bocas abiertas. Quietud. El miedo en los ojos muertos. El miedo, vivo, en mi. Nadie. La leve brisa. Nadie. Un niño bajo la sombra del toldo, sentado, con los brazos cruzados y la cabeza gacha, entre las rodillas, mirando al polvo. Inmóvil. Un hilo de baba colgaba desde sus labios hasta el piso. Mantenía una mueca sorda. Cada tanto algún espasmo y volvía a respirar de súbito. Tenía puestos unos pantaloncitos cortos color arena, una camiseta azul y zapatillas sin medias. El pelo negro, la piel blanca, mugrienta y sudorosa. Por lo que alcancé a ver, sus piernas mostraban algunas lastimaduras, de formas varias y diversos tamaños. Entonces recordé una muerte absurda, casi calcada. Un bocinazo, me sacó de aquel trance. Desde una mesa alguien llamaba al mozo. Esa mañana había despertado intranquilo. La ciudad, inmensa, con su ruido, ponía en marcha una vez más su desgastado

Pensar un color.

Prefiero la fatiga. Soporto una ausencia, prefiero esperar. Hay demasiada alegoría en lo que escribo, demasiado desear y poco decir; mucho desear decir también. En la suma del deseo, espero. Siento la fatiga de esa espera, de la atroz tarea de esperar. Atroz, sin embargo la prefiero. Lo que me ocurre por lo normal es la no preferencia sobre las cosas. Me gusta tener criterios, y que lo demás suceda como consecuencia. No prefiero un color, estimo necesario que las cosas tengan colores y es tarea para mí, dárselos. Preferir sería asumir que las cosas están dotadas de color, que el color es. No. Uno no elige. Uno debe colorear antes de que otro lo haga; y si otro ya lo hizo, pues bien, habrá que procurar una tonalidad capaz de hacer de la primera capa de pintura un reflejo insondable, un desvío insospechado, hay que hacer del color anterior algo inimaginable, borrarlo. Para hacerlo, habrá que trabajar sobre la lengua. Pintar distinto es hacer que las personas vean otra cosa cuando yo