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Mostrando entradas de julio, 2012

Palabras que me gustan ll

Por ejemplo, “sosegate” encierra la evidencia de un estilo castizo y riguroso. En “soplamocos” advertimos un matiz infantil, no reconocido por la RAE , claro. Los extranjerismos “statequieto” ó “schiaffo” son notables, mientras los regionalismos como “cazote” o “mamporro” aportan un aire tradicional. Pero, sin duda, encontramos en “castañazo” la suma de todos aquellas sutilezas en un solo término, fuerte y conciso.    

Palabras que me gustan

“Perplejo” Decir: “me quedé perplejo” La perplejidad es una especie de estupor. Uno se queda pasmado, atónito. No sabe qué hacer, ni cómo actuar, porque ha descubierto algo que ignoraba. La revelación nos deja estupefactos, palabra que es de la familia, tal y como lo es “estupendo”. No muy lejos de estúpido, claro.

Para ser explicado

Primero el amante logra persuadirse de la existencia de unas cualidades superadoras; luego está convencido de que esas cualidades son características inherentes de aquel que es amado, de ese modo alcanza la inconmensurabilidad y la compensación necesarias para situar al amado en un lugar tan íntimo, en una cima tan estrecha, que el riesgo de que aquello deje de ser amado aumenta en forma colosal si tiene la osadía de respirar o parpadear con vehemencia. 

Los poetas

Dicen que podré verte, al cabo de esta penumbra. Dicen eso y muchas otras cosas, cosas de las que descreo. A mí, justo a mí, que no soy capaz de ver la espina naciente en tu cuello, ni la sutil enredadera de tus labios que, según dicen, cultivas; a mí que me conformo con los pétalos de tu vientre, deliciosamente venenosos, y los hago florecer con el riego de mis ansias. Sé que me condenan todos ellos al crepúsculo, a la letanía. Prefiero el eclipse y su fugaz resplandor. Me levantaré en su contra y les daré fuego, les daré sangre, me quedaré ciego. Porque, ¿qué otro destino espera a aquel que ha encontrado aquello que buscaba, sino el de destruirlo? Han sido mis ojos, tú serás la noche.

En absoluto

Si somos capaces de construir un sentido tal que se oponga a aquello que se asume como inexorable en la condición humana, la muerte, entonces tomaremos conciencia de que no está tan cantado de antemano nuestro final; porque, pensando de otro modo, bien podría no ser un final.

Escribir

A veces es un arrebato, otras, una ardua búsqueda. En todo caso, me desprendo tanto después, al terminar, que todo lo hecho me parece insuficiente o equivocado. Quisiera empezar de cero, otra vez. Pero nadie empieza de cero; nadie abandona por primera vez, nadie triunfa en la persecución de aquello que una vez fue y, ¿quién sabe si fue? Entonces todo se vuelve arduo y hay que remontar estas palabras y hay que explicar cosas que no vienen al caso, y permanecer despierto en las madrugadas. Menos mal el café. Mejor el arrebato, aunque después me arrepienta y quiera encontrarle la quinta pata.

Destino de la memoria

Solo en el camino. Podía verte, pero no estabas conmigo; estabas entre las estrellas. Supe cuál de todas eras. Mi sed saciada de celeste beber. Cálida paz, silenciosa fuerza que gobierna los astros, susurro de una luz que ahora es pasado. Llega a mi como una llovizna al anochecer, como refresco a la tierra dura y quebrada que la recibe y se hace lodo poco a poco, como una caricia; cientos de manos blancas o sólo una, fría e inabarcable, alivio de las frentes afiebradas. Supe cuál de todos esos puntitos agitados eras; el único que no era estrella, el que aun parpadea cuando nadie lo ve.     Vendrán a buscarme, me inventarán una historia, un nombre y un camino. Cifrarán mi silencio. Será uno el día con el canto sereno de los pájaros muertos al alba. Ya no habrá estrellas en el cielo ni caminos que seguir. Sólo la memoria, pausa cruel y fatal, desatará los nudos de aquella noche ciega y eterna.  

Préstamos y devoluciones

Cuando era chico, mis papás solían retarme. Entre otras cosas, ellos creían que yo perdía de modo misterioso mis útiles escolares. Presumían o bien que los dejaba olvidados o que me los robaban mis compañeritos de grado. Lo que ocasionaba enormes griteríos, llamados al colegio, reuniones con autoridades educativas y coscorrones varios. Jamás contemplaron la posibilidad, y para ser sincero nunca se los señalé, de que yo pudiera desprenderme de esos objetos en forma voluntaria, prestándolos por largos períodos, o, directamente, regalándolos.   Hoy recibí un lápiz por correo. Llegó esta mañana. En un sobre mediano, y en compañía de algunos papeles para disimular la fisonomía inconfundible de aquel objeto. Le saqué punta y lo probé. Un lápiz con el que puede pintarse un color hermoso. De hecho es casi mi favorito. Está usado, muy usado la verdad. Sin embargo coloreé un buen rato. Luego de pensar un poco, como es usual, revisé la lista de los faltantes y corroboré que era uno de ellos.

Hallazgos

Leo a Sartre. Cada tanto siento una pena profunda. Lo mismo con Kafka. Cuando era niño, tenía muchos miedos. Algunos de ellos aun habitan en mí. De algún modo sigo siendo niño. Si no pensara como pienso, si nunca hubiera leído a Sartre, diría que mi infancia fue una enorme pérdida de tiempo. Cierto es que leí a Unamuno demasiado temprano y a escondidas, quizá en tiempos de Wilde, Saint-Exupéry o, tal vez, Andersen; reemplazados fatalmente por Quiroga y Poe. También es cierto que no lo entendí lo suficiente entonces. Es decir que mi corta vida no alcanzaba para llenar de sentido aquellas palabras del sentimiento trágico. En aquel momento, hacía ya mucho que Kafka había escrito su Carta al Padre y Sartre su Nausea. De haberlos encontrado, en lugar de a Don Miguel, me hubiera sentido menos solo. Hubiera encontrado acaso el origen del miedo.

Julio y Carol

‎"Tarde gris y callada, tiempo propicio de soledad y sombras. El aire se quedó sin   ecos y mi ilusión sin esperanzas...." Esto es algo así como recobrar algunos temas del tango y traerlos de los pelos. Aunque la tarde sea fría pero soleada y no asomen ni silencios ni sombras. Hablo aquí de otras tardes, de otras soledades. Cortázar en “Salvo el Crepúsculo” cita esto que es de A. Pizarnik, del Árbol de Diana: El poema que no digo, el que no merezco. Miedo de ser dos camino del espejo; alguien en mi dormido me come y me bebe. Me parece que él también quería traer algo de hace mucho, pero algo que había sido él mismo y ahora, en su ahora de 1984, de las cercanías de la muerte, quiere mostrar en forma de poesía que, como se sabe, es la única forma del recuerdo. Pero lo muestra con voces ajenas, en una especie de comunión en el dolor. Es como un exorcismo. Podría decir, a modo de epitafio, que no logró ahuyentar todos sus fantasmas, pero que los ha convertido en p

Estilo gestalt.

Imagen
El peluquero terminaba su tarea. Daba los últimos retoques con navaja, a la vieja usanza, cuando pidió al cliente que agachara su cabeza para emprolijarle la nuca. Entonces pudo ver, recortada sobre el blanco del piso, perfectamente formada con los restos de pelo de algunas melenas diezmadas, la figura de un gato. Solo un ojo y parte de una nariz fueron suficientes para adivinar el resto del animal. Desde su singular punto de vista, podía percibir la presencia mágica del felino, desafiando las porfías de la nada. Un golpe de escobillón terminó con el misterio. “Hay que ver lo que cae de la cabeza de la gente”, murmuró mientras afilaba la navaja. El cliente permanecía con la cabeza gacha. El peluquero pensó en practicarle un corte fino, como un golpe de brisa helada.; le intrigaba ver qué formas dibujaría para su deleite la sangre en el piso.