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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Un diálogo interno

Traté de escapar. Solo para descubrir que no había dónde ir. No hay dentro, ni fuera. Todo es un círculo. No importa la o él, cero o cien. De verdad quise que mi vida fuera otra cosa. Algo más que acumular papeles inútiles, abrir los cerrojos cada mañana y cerrarlos por las noches. Encender las luces del salón con mecánica de idiota. Sentarme en esta silla, encender la computadora. Procurar que la abrochadora esté siempre en su sitio, que haya biromes suficientes para tomar los pedidos, que las carpetas de registros de taller permanezcan apiladas lomo contra lomo, formando un rectángulo sólido. Sacar cuentas, hacer el arqueo de caja diaria, aguantar las neurosis ajenas, ”buen día, señora” con la mejor cara que pueda tener. Eso si, nunca fui puntual. Me reservé para mi esa pequeña libertad, ese acto de rebeldía minúsculo. Creí que podía torcer las cosas, ablandar el ladrillo. Pero mi mundo es un lugar frío y hostil y ya no tengo paz. Una persona me dijo hace un tiempo, que tenía que

Viento.

Fuiste huracán, ya eres brisa. Fuiste tempestad, hoy de agua apenas una brizna. Un suave goteo en las ruinas. ¿Sabrás lo que has sido? Me queda el recurdo de tu voz. Grito que la nueva ciudad sepulta Las almas por las cavernas del cielo vagan por tu rugido aturdidas Ninguna atina a contemplar el trágico silencio de tu aliento al pasar

Encuentro.

Naciendo en el preludio del ocaso, un pequeño perfil soleado. Toca fuerte las cuerdas del alma en tu decir enrredado. Sé que morir no puedes Que en mi pecho un enorme lago anida y cada día te descubre en millones de gotitas esparcida. Es otra vez encontrarte lejana audaz y sincera. Beber el agua amarga de un sorbo beberla entera.

De recuerdo, olvido.

Quisiera volver a un tiempo que me parece recordar. Un tiempo que te construye y desearía olvidar. Aunque volver ya no puedo ¡Oh! tiempo de papel lejano para que ningún verso diga el nombre de tu nombre en vano. ¡Callen todas las poesías! Arranco las letras de tu sino. ¡Que los poetas nazcan mudos! porque tu verbo ha robado mi destino. Sean tus besos borrados toda la memoria se detenga. Nueva sea cada página y nadie más recuerdos tenga. Entonces ninguno sabrá cuál de las musas has sido. Quién inspiró tanto ardor entre mis brazos perdido.

Una versión libre

No es que haya dejado de usar anteojos, es que ya no puede ver el armazón pendiente del rostro. Tarda un poco, pero es así. Con las ideas pasa igual. La mente le parece perdida, pero navega sigilosa. Es todo silencio y de pronto advierte un sonido continuo, un zumbido que la costumbre no tarda en disimular. Con cada línea, libera un poco de muerte. Se embriaga con palabras para no pensar que es víctima segura de la escena prometida. Como estas palabras que habitan en el blanco, pero que tú no lees ni yo escribo.Y así anda su agonía, tambaleante entre las solapas de una prisión sin custodia, sin memoria. Esperando en los escaparates de las librerías, que unos ojos, unos labios, una voz, una boca, desaten el castigo, adivinen el conjuro, encuentren cómplice el lugar prohibido.

Como en sí.

Fijate lo preocupado que me tiene el tema. A veces me despierto con ganas de escribir, me siento en la máquina y nada. No salen dos palabras juntas. Cuesta encontrar las vetas por donde hace agua la realidad. Hay como un manto de normalidad sobre las cosas. Yo se que es todo como una maqueta, pero está tan bien hecha….todo conspira en un sentido. O parece ser así. Basta que alguno se equivoque y no siga el libreto, entonces ¡ahí está! ¿Vieron? Que todo es precario….relativo, medio atado con hilos. Pero al final no podemos escapar. Y todavía queremos entender la muerte ¿Qué nos enseñaron a ver? A veces no duermo, te digo. Dele pensar y pensar. ¿Quién me manda a hacer como si fuera otro? Decime que no hay una historia ahí afuera, fuera de la habitación, lejos de ese cielorraso idiota que me devuelve su pálida resignación noctámbula. Convenceme. Entonces pienso que todo está en calma, que aquellos pasos en la calle desierta no eran nada, nada más que mi subjetividad jugándom

Una carta abierta a mis amigos

Hace rato no escribía. ¿Falta de estímulo? No creo. Como dice Sabina “nos sobran los motivos” Me gusta pensar que lo que me faltaba era una excusa. Un disparador, como se dice en los círculos literarios. Es requisito, según parece, que algo lo conmueva a uno en forma particular para sentarse a escribir. En el mejor de los casos depende de nuestro humor del día. Ayer me levanté reflexivo, entonces escribí un ensayo; hoy me levanté enojado, por lo que escribo barricadas; mañana despertaré melancólico y no escribiré nada. No estoy seguro que funcione así la cosa. No del todo. Es cierto que hay días en que permanezco inmutable ante ciertos hechos, y otros en los que se agudiza la sensibilidad y puedo tamizar alguna situación por la conciencia. Pero sigo pensando que la predisposición, aunque fundamental, no es determinante. Lo determinante son los hechos. Vuelvo en este punto sobre la concepción de “hechos”. Los hechos para mí son la lectura que hago de los hechos, lo que sí

Diálogo

-¿Es usted un demonio? -Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios. Gilbert Keith Chesterton. -Siéntese. -Gracias. Con permiso. -Es posible que usted haya venido aquí con cierta…cómo decirlo. -Expectativa. -Iba a decir esperanza, pero expectativa es mejor. -¿Hay unas palabras mejores que otras? -Usted qué opina. -Que las respuestas en forma de pregunta son evasivas. -Es cierto. Si, hay palabras y palabras. Todo depende. -Depende de qué. -De lo que usted quiera escuchar. -Lo que yo quiera…a esta altura. -No, no, no. Momentito. Siempre es importante. Hace la diferencia. -¿La diferencia? -En efecto. ¿O acaso no le hubiera gustado escuchar otras palabras? -Si. Dijo bien, me hubiera gustado. -Por eso está aquí. -Por eso y por otras cosas más. -¿Hay algo de lo que precise hablar? -Es que nadie fue sincero conmigo. Nadie dijo la verdad. -¿La verdad? -Claro. -La verdad termina siendo una sombra. Es eso que, según usted, permanece siempre -oc

Posibilidades de la ausencia.

A la docena le falta un clavel. Son once, una pretensión. Pero son eso, once claveles. No es poca cosa. Rojos como la sangre. Como una colección a la que le falta un volúmen. Las flores no son menos flores porque falte una. Miramos el ramo cada tanto, puesto ya en un florero de vidrio que deforma los tallos y los hace aparecer como una enrredadera verde a través de su prisma octogonal, y de inmediato vemos una enorme ausencia en el centro. Y es todo lo que veremos cada vez que miremos la mesa del living o la biblioteca. El paisaje de cúspides y depresiones angulosas no alcanza a disimular ese hueco, la interrupción de la serie. Allí donde no cabe nada, ni una letra, ni un matiz, tendremos nuestra mirada perdida. Hubiéramos preferido solo un clavel. Para empezar no hubiera hecho falta el florero, las comparaciones ni los espacios vacíos. Los contornos de las cosas no suelen extrañarse, más bien se descartan. Un trágico alivio.

Begining

Es una idea que no cierra. Sangra y no cicatriza. Ocurren cosas nuevas o las mismas cosas vuelven a ocurrir. Contra todos los pronósticos, Lunes. Ni miércoles, ni sábado. Lunes. Pero puede que no. Sucesivas marcas develan la jornada. Convenciones y rigurosidad. Conviene desconfiar. Sonidos simultáneos, trino de pajarillos artificiales, anuncian obligaciones programadas. Fase REM del viajero ¿Comenzamos?

Lenguaje

Tus manos, la expresión acabada de mi agonía, tendidas sobre la mesa describían un azaroso ritual lúdico que te mantenía absorta en una monotonía de movimientos sinuosos y, para mi, cautivadores. Si tan solo hubiera podido tomarlas, romper esa barrera, ese pudor. Me pregunto cuál habría sido tu reacción ante mi impulso. Habrías rehusado acaso la necesidad mía de corroborar la molicie de tus manos, a menudo frías, de enredarlas con las mías en un vaivén de contactos primitivos, en la demostración más sincera de cariño que se me ocurre ante la veda de tus labios. Pero no importa, porque no me atreví, aunque estuve muy cerca. No quise responder al lenguaje mudo, no quise dialogar con el movimiento. Aparecieron tus manos sobre el blanco mantel y los demás ya no estaban. Todos habían desaparecido y, por un momento, sentí que aquel par de torrentes de miel también buscaban el contacto. Luego las palabras, lacónicas, imprecisas y siempre insuficientes, vinieron a quebrar el tierno equilib

Decir, morir

Sabrás quién soy. Debes conocer mi forma de escribir. Por lo que el anonimato sería en vano. Pero juguemos a que no me conoces, a que no sabes quién escribe así. Solo te pido que me escuches, que seas mi cómplice. Que aceptes de mi mano una caricia, fingiendo que no la hago. Que me dejes rozar tu mejilla con un beso distraído que seque esas lágrimas antes de que formen un lago. Que me dejes mojar tus labios y besar tu frente, acariciar tus pies y saberte presente. Entonces juguemos a que eres indiferente, a que no te he soñado anoche y a que no tienes pretendiente. Sabes lo que siento. Debes conocer mi forma de hablar. Por lo que el silencio sería en vano. No eches tu cariño al olvido, solo cierra los ojos para que pueda besarte, y abre tu corazón para que pueda hablarte. No quiero decirte cosas hermosas porque temo que se conviertan en rutina y ya no te importen. Hoy he dado otro paso inexorable hacia la muerte, al no decirte que te amo.

DERECHO A SER ESCRITOR.

En la especie humana, existen naturalmente diversos modos de expresión. De todos ellos, la escritura fue el que modificó el universo de la oralidad y nos permitió el paso de generación en generación de relatos, costumbres y sucesos sin perder exactitud. Le abrió la puerta a nuevas asignaturas, a nuevos oficios y cambió radicalmente la comunicación y la cosmovisión de la prehistoria. Con la aparición de la escritura, por supuesto, aparecieron individuos con la capacidad de llevar a cabo ésta práctica: los escritores. Pero sucedió algo más importante, aparecieron los autores. De esta manera, la lengua escrita, se vio liberada del anonimato y de la especulación. Salvo, claro, conveniencia o pereza. A partir de esto, la persona que se adjudicara de algún modo comprobable la redacción de un escrito de su propia invención (no habiéndolo copiado ni plagiado) sería con justeza su autor. Pero antes sería, indubitablemente, por naturaleza un escritor . Como sucede habitualmente -y e

Pragmatismo

Hallábanse dos sabios absortos en sendas meditaciones acerca de las propias capacidades de su sapiencia. En un momento dado, los dos hombres conciliaron que no había forma alguna de determinar tal cosa por introspección. De manera que decidieron evaluarse mutuamente. Al cabo de distintas pruebas, a las que los dos sabios se sometieron con ególatra entusiasmo, y de acaloradas disputas, ambos resolvieron que el otro era el más sabio de los dos. Ante esta nueva disyuntiva que los dejó perplejos, y al término de otra tanda de intrincadas discusiones que en la mayoría de las ocasiones derivaban en elogios mutuos, arribaron a la conclusión de que la mejor manera de dirimir la cuestión era recurrir a un Maestro quién pudiera determinar a ciencia cierta y de forma inequívoca cuál de los dos hombres era el más sabio. Así lo hicieron y juntos llegaron a la morada del Maestro. El emérito los recibió con afectuoso saludo y los invitó a relatar el motivo de aquella visita. Una vez hecho eso, los

Mi extraoedinario domingo

¿Querés saber de viajes fantásticos a mundos ideales? Si querés te cuento de uno. Porque vengo de ahí. ¿Querés contarme de pájaros asustados? No digas nada. Nunca desplegué las alas, siempre perdí. ¿Cuánto hay de vos ahí, en lo que yo veo? En esos versos ¿cuánto hay de mí? ¿Te preocupa la métrica? Nunca los medí. Como no se cuentan los besos que se dan con los ojos cerrados y que llenan la boca de una humedad ansiosa, de movimientos sinuosos, de hambrienta agonía. También querrías que deje de soñar. ¿De qué estás hecha que no puedo alcanzarte? ¿Por qué cautivaste mi corazón así? De verdad, de verdad lo cautivaste. Un domingo extraordinario, de diáfano celeste, mar infinito. Un extraordinario domingo, sin vos, sin mí.

Supongamos

Me permito invadir este espacio, el suyo, como un emperador invade territorios para anexar a sus dominios. La comparación es pretensiosa pero sirve. Aunque no soy un emperador ni tengo ansias de dominación, y usted, desde luego, es mucho más que un territorio al que cientos sueñan con poseer. Cuando hablo de invasión espacial, me refiero a la lectura que empujada por la curiosidad hará usted de este texto. De seguro sin esperar demasiado aunque, tal vez, con un atisbo de sorpresa. Pensar que un beso en la frente hubiera evitado la prematura despedida, el orden de las cosas, es mucho decir del beso. Es asignarle facultades que no tiene. Aunque ciertamente es más efectivo que quedarse pensando. Cuando se conoce a quien lo da, el beso pierde toda importancia. Por el contrario, cuando no se conoce a quien lo da, el beso lo es todo. Habla por sí mismo. Qué obsesión tenemos las personas por saber lo que el otro está pensando. Lo que el otro quiere. Porque nos decimos a nosotros mismo

Escape

Lengua en rojo intenso. Carne viva de la letra. Verba gruesa y molesta que acaba por taladrar los sesos. Nota b-mol que revienta el pentagrama. Quién sabe cuánto tiempo habitará esta idea en mi cabeza, alienada, desconforme. Brote de juventud, suplicio de luz, esta ha de ser la forma en que habrá de callar tu verdad y mi ardor.

Las cosas, al fin.

Había tazas. Había cucharas. Todo sucio Pero de la noche anterior. Nada del día de hoy. Había claustro, bronce y madera. Los ojos cansados y el pañuelo humedecido. El rostro como la cera. Levantarse, mojar el cabello y peinarse, caminar por la ascera ya no. Se habían ido con él. Tendrá sola que aprender, una vez más. Hay ropa. Hay sombra. Hay jabón en la bañera y café en la alacena. Quedaron tazas sucias. Hay ayer. Hoy, no existió. Se lo devoró antes que naciera. Unos zapatos, un velador, una mujer, los espejos del zaguán, una bufanda marrón. Las cosas que permanecen y así seguirán. Le quedó el fin, la inmortalidad de Quirón. Le quedó el ser de las cosas, que no es. Solo el deterioro por el quedarse del tiempo. Sin apuro ni clemencia.

La lección

La violencia es una escuela fácil. El único requisito para ser victimario es haber sido, antes, víctima. La violencia más brutal, la que nos gana de mano, es la que toleramos. Podría haberse parado en cualquiera de los restaurantes, bares o cafés que abundan en el micro centro, pero se paró ahí. Porque ahí le dicen que la felicidad viene en una cajita que no puede comprar. Una metáfora siniestra que hasta una niña de ocho años entiende. Aunque la violencia y el abuso le hayan arrebatado el brillo de los ojos. Ahí, porque ve un desfile de niños entrando y saliendo alborotados de la mano de papá y mamá. Ayer, que puede no ser precisamente el día inmediato anterior a hoy, hizo una linda tarde. Caminaba por la peatonal San Martín, de camino al trabajo, cuando se me ocurrió tomar un helado. En ese momento, pasaba por la puerta de Mc Donald’s, así que miré la hora para asegurarme de tener tiempo suficiente para la pausa y me situé detrás del último en la fila, que terminaba dos o tres

La relatividad espacial

Entre uno y las cosas existe un espacio relativo. Tengo la fortuna de vivir en un ambiente reducido. Todos los ambientes son reductibles. Cuando vine a habitarlo ya era así. Pero si así no fuera. Tendría la precaución de acercar las cosas para sortear la barrera espacial. Más allá de lo matemático. Que no deja de ser una serie de leyes inventadas por el hombre para explicar un mundo. Un mundo que es dentro del hombre. Existe una relatividad que no es advertida. Aquello que nos parece cercano está lejos. Solo que no podemos apreciar su lejanía. Aquello que en efecto está lejos. Se nos antoja al alcance de la mano. Pero… ¿Qué nos despierta de esa ensoñación en uno u otro caso? ¡Que venga un pasmado y te baje de la palmera de un cascotazo!

Instante.

Tu brazo alrededor de mi cuello formaba una perfecta matriz con tu pecho. Recostado sobre tu humanidad contemplaba esa expresión que siempre guarda algo. Esta vez me atreví a sostener la mirada, hasta que el último vestigio de risa nerviosa se fue disipando. Tu rostro estaba demasiado cerca del mió cuando por fin cerré los ojos. Sentí tu aliento y supe que el momento había llegado con la fuerza de lo inevitable. Me quedé quieto. Dejé que me devores. Acariciabas mi rostro y lo tomabas con las manos. Disfrutaba tanto la furia de tus labios que no quería ya pensar en el después. Sentí tu lengua, tejiendo un sinfín de licenciosas propuestas a las que no pude resistirme. Entonces te conocí de verdad y no hubo qué decir. Te revelaste ante mí pero tu luz no me cegó. Te detuviste. Lentamente fuiste separando tus labios de los míos. Sentí que me mirabas. Creo que sonreías. La savia de tu boca mezclada con la mía formaba un alo de tibia humedad que se enfriaba con la brisa de tu respiración

Iguales

Perdurar y vivir son cosas diferentes. Vivir es llenar la existencia de ese algo que nos hace humanos. Algunos filósofos afirman que los seres humanos se diferencian del resto de los animales en la certeza de saberse mortales. Como artífices de lo inevitable, los mortales niegan esa muerte todo el tiempo, creyendo que el olvido, que mucho tiene de memoria, la hará desaparecer. Quieren mantenerse vivos, ante una evidencia abrumadora. Se convive a diario con formas solapadas de la muerte. Nos recuerda lo primitivo, la fragilidad, la propia circunstancia. La muerte del otro, del cercano, del par, del referente, del ser amado, de la némesis, aquel en el que somos y es, a la vez, en nosotros, nos pone la fatalidad a la vuelta de la esquina. Una parte de los vivos se hunde en la sombra. Algo acecha, arriba y abajo; detrás y a los lados; nublando la única huida posible. Entonces se buscan métodos ya no de evasión, sino de superación de ese tránsito desconocido del espíritu: del no ser. El f

Exordio

Hay una historia. Una serie de acontecimientos van develando la trama. El relato es la autopista por donde el lector transita. Al menos así parece que funciona. Manifiesta o subyacente en la maraña de palabras que entretejen los recursos y las formas, existe de algún modo la historia. Es una finalidad contarla. Pero, ¿y si no hubiera historia que contar? Casi como pretender la ausencia de melodías en la música. ¿Si esto fuera solo un diálogo entre usted y yo, sin mayores pretensiones? Naturalmente el primer obstáculo salta a la vista. No compartimos, usted y yo, una coincidencia espacial ni temporal. La primera sería, en todo caso, salvable. La segunda plantea un desafío mayor. No es tanto el espacio lo que nos separa, sino lo requerido para eliminarlo. Penoso sería no poder construir un vínculo de ningún tipo. El lector se sitúa en mi futuro al leer esto que todavía no acaba de ser escrito. Sin embargo, yo no seré pasado para usted. Seré el presente más vivo que pueda existir. He ah

La daga

Hágase el siguiente ejercicio: Abra la puerta de la jaula. Espere que la criatura salga. No mire al interior. No hable. No le diga nada. Sabrá que tiene que salir. ¿Qué cómo se metió ahí? No importa, no conviene saber. Espere. ¿Le oye? Da vueltas, pero lejos de la puerta. Creció mucho, de algo viene alimentándose. Come casi cualquier cosa, aunque tiene ciertas preferencias. No sale. Usted deberá entrar. Pero no se le ocurra dirigirle la palabra, y mucho menos la mirada. No tenga ninguna consideración, aunque le conoce desde hace tiempo. Trabe la portezuela, no sea cosa que…Una vez dentro, trate de acercársele. Si, conforme usted avanza, él huye, no tiene más que acorralarle y empujarle afuera. Si no, veremos. Entre ahora. No huye. Es seria la cosa. No quería llegar a esto, pero no queda alternativa. Ya intentó todo. No es su culpa. busque entre sus ropas, a la altura del pecho del lado izquierdo. Encontrará la daga. ¿No sabía que la tenía? Bueno, ahora lo sabe. No se preocupe, casi n

Ejercer

A ver a quitarle dramatismo a esto. Hay un dicho que dice que lo único que nos librará de la muerte es hablar de ella. Soy un cantero sin flores, preciso de la vertiente del amor para florecer. De tanto en tanto voy buscando ese manantial para mi… ¿Espejismos? Si, un riesgo, qué se la va a hacer. La vez anterior que me pareció encontrarlo, recuerdo, fue cuando tenía doce años. Nunca lo confesé. Pero ahora que lo pienso, un amor, ¿debe ser confesado? La confesión remite a pecado. Tal vez un amor deba ser declarado. Aunque eso de las declaraciones no deja de ser una especie de formalidad. Como si uno fuera a algún ministerio y declarase bajo juramento estar enamorado. El amor ya existía antes de ser declarado. Entonces me resta pensar que no queda otra, al amor hay que ejercerlo. Pero escribir es lo que me sale, me siento “justificado como persona” al hacerlo, como dijo Cortázar en una entrevista. Una forma de ejercicio del amor.

El cautivo y la conciencia del imposible

Este es un ensayito que escribí a eso de los 14 o 15 años, no recuerdo bien ahora. Ni falta que hace. Está escrito un poco con la ingenuidad de aquellos años, en los que me parecía descubrir algo en cada línea. Pasaba las noches de verano en vela, en profunda soledad, tomando café y leyendo los cuentos de Horacio Quiroga y Edgard Alan Poe que tanto me fascinaron. La radio a válvulas que mi abuelo dejaba encendida en forma persistente, ante el encono de mi padre, y que yo deseaba en lo más profundo de mi que no se apagara nunca, era una especie de faro en las tempestades de la noche infinita. Hoy tengo la sensación de escuchar el mambo de Pérez Prado que todavía suena por la madrugada en mi habitación solitaria. A la memoria de mi abuelo, a quien no tuve la fortuna de conocer realmente, que gustaba de atrapar pájaros salvajes. A menudo se enfrentaba con mi intransigencia juvenil cuando me empeñaba en destruir las tramperas y elementos que empleaba en sus capturas, y se armaban cada un

Te digo

No tendrás valor de confesarme Qué placeres sucios has vivido En la absurda aucencia de tu carne Estará mi cuerpo suspendido

Cómo dejar de ser un número

Cómo dejar de ser un número: Tome una hoja de papel en blanco, un lápiz negro y dibuje su nombre. Puede mojar la punta del lápiz con la lengua si le parece. Fíjese si el nombre está en el centro del papel o a un costado, si ocupa mucho o poco espacio, si está escrito con trazo firme o débil y cosas así. Comparta sus hallazgos con sus compañeros, amigos y contertulios ocasionales. Advertirá entonces que hay mucho más de usted en los demás que dentro de usted mismo. A continuación escriba un número en el papel y retire su nombre. Pero no se lo muestre a nadie, ya se sabe lo desaprensivas que suelen ser las personas si de números se trata. Para finalizar, mire a los ojos a su amada y cuéntele quién es usted.

Contar de otros

Como cada noche vienes hasta mi cama. Cierro los ojos y me abrasa tu pecho. Se me viene una idea. ¿Pero por qué debería revelar este pensamiento mio, si tu no me piensas? Dame una buena razón. Lo guardo. Esta idea que es mia consiste en regalarte versos ajenos. Inspirados en otros amores, en todos los amores. Otros destinos. Aprovecho la noche para escribir. Lo escrito, lo guardo también. Quiero dejarte este despertar literario a la distancia. Bécquer, Lorca, Neruda, Benedetti, y otros tantos, ya me habían dicho quién eras. Me advirtieron de ti. Que te encontraría y serías así. Así, hermosa, así. El hombre sensible, ve. El inteligente, observa. El curioso, descubre. El enamorado, adivina. Cómo no encontrarte en el sortilegio centenario de las palabras, si eres resumen de la poesía que abrigó mi mundo, frágil e ideal. Viniste a darle pasto al verdor, agua a la frescura, fuego a la flama, cielo al candor, verba al lenguaje, sustancia al amor.

Inquilinos

Una araña se asoma cada cuarenta y cinco minutos por el extremo del tubo de cartón que habita. El tubo de cartón es el alma de una vieja bobina de voile color amarillo. La tela fue usada para confeccionar unas cortinas que nunca se colgaron. Las cortinas las hizo una tía de fulano. En los ventanales del contrafrente, amparadas por las molduras y la suciedad, proliferan toda clase de alimañas. En un tubo de cartón hay una araña de proporciones generosas, en comparación a otras de singular pequeñez. Sale de noche a comer vaya a saber qué y a tomar luna. Si no se ve la luna, no sale. Se sabe que estos intrincados animalejos, de carácter errático, se parecen en algo a los humanos. También le temen a la muerte. Tal vez no tengan conciencia de la superioridad de la especie humana, reina de una creación que ignoran -cosa de arañas-, pero ni lerdas ni perezosas huyen apasionadamente cuando perciben la inminencia de un chancletazo. Conocen bien las consecuencias. En eso del hábito también s