Lenguaje

Tus manos, la expresión acabada de mi agonía, tendidas sobre la mesa describían un azaroso ritual lúdico que te mantenía absorta en una monotonía de movimientos sinuosos y, para mi, cautivadores. Si tan solo hubiera podido tomarlas, romper esa barrera, ese pudor. Me pregunto cuál habría sido tu reacción ante mi impulso. Habrías rehusado acaso la necesidad mía de corroborar la molicie de tus manos, a menudo frías, de enredarlas con las mías en un vaivén de contactos primitivos, en la demostración más sincera de cariño que se me ocurre ante la veda de tus labios. Pero no importa, porque no me atreví, aunque estuve muy cerca. No quise responder al lenguaje mudo, no quise dialogar con el movimiento. Aparecieron tus manos sobre el blanco mantel y los demás ya no estaban. Todos habían desaparecido y, por un momento, sentí que aquel par de torrentes de miel también buscaban el contacto. Luego las palabras, lacónicas, imprecisas y siempre insuficientes, vinieron a quebrar el tierno equilibrio de mis ansias. Ya no pude resumir mi sentir. No había ya palabras que pudiera decirte. Sobrevino la despedida, y mis intentos inútiles de conmoverte parecían brazadas de náufrago cada vez más desesperadas y torpes conforme la distancia entre los maderos y restos de la nave, improvisados objetos de salvamento, se acrecentaba. La incertidumbre del desdichado que no sabe que se enfrenta con la muerte.

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