Libertad de elección.

–¿Existe Gran Hermano? –preguntó Winston en la mesa de torturas.

–Claro que existe. –respondió O’Brian.

–¿Existe en el mismo sentido en que yo existo?

–Tu no existes.

George Orwell, 1984

La idea de una inteligencia superior no es nueva. Hay algo de aquello que en ciertas ramas de la psicología podría llamarse “inconsciente colectivo” gobernando nuestros actos. ¿Lo hay? Qué fuerza impulsa la escritura de esta nota ahora mismo, qué empuja la voluntad del lector a disfrutar del café o, incluso, a leer este diario. La voluntad, ¿debe ser estimulada? ¿No es acaso la realización más sublime de la libertad individual, el poder elegir qué hacer con nuestras fuerzas y nuestro tiempo? Si somos libres, siempre estaremos condenados a elegir. A menos que alguien tome las decisiones por nosotros, con la salvedad de mantener intacta nuestra ilusión. Debemos creernos capaces de elegir, y de ejercer ese poder, aunque no sepamos el verdadero por qué de algunas elecciones.

Está bien, las teorías conspirativas son inconducentes muchas veces. No es cuestión de ponerse paranoico e irse a vivir a un monte, o alienarse. Claro, uno llega a su casa, luego de una extenuante jornada de trabajo y no tiene ni el menor interés en cuestiones filosóficas, ¿verdad? Prefiere ver cómo se insultan dos vedettes en un estudio de televisión, o mejor aún, cómo se agreden. Si están ligeras de ropa, mejor, y si todo va acompañado de comentarios sexistas, todavía más estimulante. Tal vez prefiera ver un show televisivo en el que la policía golpea a delincuentes pobres, donde se exhiben las más variopintas miserias humanas por simple diversión, humillando y estigmatizando a los “protagonistas” involuntarios de ese festín sórdido. Quizá algún reality, que aunque no pueda ver porque trabaja, puede encontrar extractado, super reeditado y digerido, listo para ser consumido a cualquier hora, gracias a los milagros de la meta-televisión. Lo terrible, es no percibir allí discurso alguno, y pretender que aquello está ahí solo para ayudarnos a alcanzar la tan ansiada distensión.

La pregunta es: las personas, ¿vemos lo que queremos, o lo que nos dan? El “show business” es también parte de la TV, el problema está cuando, frente a eso, perdemos el sentido de realidad. Las imágenes de los noticiarios más sangrientos, repletas de zócalos y sobreimpresos de toda forma y color, anuncian en las esquinas de la pantalla con letras brillantes “EN VIVO” o “MATERIAL SIN EDITAR”, sugiriendo así que lo que vemos es la realidad misma. Nunca lo es. Nunca pasa nada “de verdad”. Hay registros sobre los hechos, que son en sí mismos un recorte de la realidad. El encuadre, las mismísimas tomas, son una elección del camarógrafo. Los planos, las secuencias, la música de fondo, todos elementos cinematográficos traídos y adaptados con enorme éxito a la TV.

Ninguno de los lectores de este artículo dudarían, si se les preguntase, acerca de la existencia del Japón. Sin embargo, ¿Cuántos de ellos han ido? Sabemos del Japón por nuestro conocimiento del mundo, que nos llega a través de los medios masivos de comunicación. Tal vez el ejemplo suene algo exagerado, pero podría reemplazarse el país, o incluso hablar con referencia a otros fenómenos de los cuales estamos convencidos por la influencia mediática de la que somos presa. Pongamos por caso el cine. El cine nos trae la cultura de otros países, de los que reconstruye ciertos parámetros. Así si pensamos en Londres, se nos viene a la mente el uniforme de policía, el Big Ben y el Parlamento, los buses de doble piso, el underground, etc. Todos íconos culturales difundidos a escala planetaria. Ahora bien, qué sucede con la amenaza del terrorismo, por ejemplo. Quizá nunca hayamos visto un terrorista, pero sabemos cómo debería lucir, gracias a los medios. Muy pocas veces hemos presenciado una dramatización tan extraordinaria como la orquestada con respecto a este tema. Las noticias que nos llegan de las principales cadenas (un puñado de agencias que monopolizan y manipulan a su gusto la información mundial) parecen, cada vez más, trailers sacados de los avances de alguna película hollywoodense, y menos construcciones informativas veraces.

En nuestro país, el fenómeno de la delincuencia juvenil ha pasado también por estos tamices. Los diarios, y la TV nos dicen “como debe” verse un delincuente: campera deportiva con tres bandas blancas, gorra, capucha, zapatillas amplias y, por supuesto, tez oscura y ser joven, posiblemente menor de edad, entre otros detalles. Aunque no hayamos sido víctimas de un asalto, sabemos de alguna manera a qué temerle. Este tipo de esteriotipo, genera miedo y discriminación, tal como ocurre en el caso de los árabes y musulmanes. Los escenarios cambian, la lógica, no.

El miedo nos híper sensibiliza, nos deja paralizados, y hace que busquemos desesperadamente un refugio. El miedo conduce al aislamiento, a la destrucción de lazos de cooperación social y, por ende, a agudizar los problemas de desigualdad que padecemos. Las personas adquieren todo tipo de artefactos, alarmas, sistemas de detección, puertas blindadas, porteros visores, cámaras de seguridad…y armas de fuego. El miedo no nos permite pensar con claridad. Una sociedad miedosa, buscará un paternalismo, un castigador que los exonere de sus males. Permitirá todo tipo de atropellos a la individualidad, en pos de “el bien de todos”. Ahí anida el autoritarismo, la intolerancia, el desprecio por el prójimo, los patrioterismos, la desconfianza.

No es necesario demonizar a la televisión. Simplemente, discernir entre sus contenidos. Es preciso ser creativos y exigir complejidad. Ahí, afuera de nuestro living, más allá de la comodidad de nuestro sillón favorito, hay todo un mundo que espera ser redescubierto, experimentado, relatado. Un mundo fascinante, lejos de la asimilación abrumadora y pasiva que los medios masivos proponen. Hay que ser escépticos. No creer ciegamente. Buscar medios alternativos de información, siempre tratar de ver el revés de la trama, la cara oculta de la luna, hacer valer nuestra existencia, objetar, opinar, intervenir. La única forma de cuestionar la realidad es siendo parte de su construcción.

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