Inquilinos

Una araña se asoma cada cuarenta y cinco minutos por el extremo del tubo de cartón que habita. El tubo de cartón es el alma de una vieja bobina de voile color amarillo. La tela fue usada para confeccionar unas cortinas que nunca se colgaron. Las cortinas las hizo una tía de fulano. En los ventanales del contrafrente, amparadas por las molduras y la suciedad, proliferan toda clase de alimañas. En un tubo de cartón hay una araña de proporciones generosas, en comparación a otras de singular pequeñez. Sale de noche a comer vaya a saber qué y a tomar luna. Si no se ve la luna, no sale. Se sabe que estos intrincados animalejos, de carácter errático, se parecen en algo a los humanos. También le temen a la muerte. Tal vez no tengan conciencia de la superioridad de la especie humana, reina de una creación que ignoran -cosa de arañas-, pero ni lerdas ni perezosas huyen apasionadamente cuando perciben la inminencia de un chancletazo. Conocen bien las consecuencias. En eso del hábito también se nos parecen, se ve. Han visto sucumbir a muchas de sus congéneres, tiesas y enredadas entre las muchas patas. Cuando no consiguen escapar, se hacen un bollito y simulan. Ante la ocurrencia del golpe se mantienen firmes e inmutables, bajo la protección de los contramarcos.

Un día llega un grupo de empleados para hacer la mudanza. Embalan todo en cajas de diversos tamaños, provistas de fondos reforzados para esos menesteres, gente precavida. Envuelven la cristalería en diarios que encontrarán en el trámite un uso ulterior insospechado. Todo reunido en una esquina del living, con las sábanas formando atados de ropa, las cajas apiladas y los canastos siempre prudentes y útiles a la hora de recoger los múltiples adornos de porcelana poblados de polvillo, entre los que se encuentran los souvenirs de la parentela, y las esculturas de crealina del preescolar, entre otras extemporaneidades insólitas, forman una montaña de bultos que parece el envío de ayuda humanitaria a algún campo de refugiados. Los empleados dejaron los objetos arrumbados en el contrafrente para el final. Comienzan a desarmar la madeja de abandono. En un rincón hay un tubo de cartón. Un empleado se acerca e intenta moverlo, dos, tres, hacen la misma operación. Pero no pueden moverlo, por lo pesado que está. Deciden dejarlo ahí y preguntar en a inmobiliaria si saben algo del tema, por las dudas.

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