Retorno.

Por suerte, termina el día. Más vale terminarlo con una sonrisa, aunque sea de costadito y disimulada. Al cabo al día le importa poco lo que deja, pero la noche...la noche debe encontrar todo en su sitio. Aunque sea una simple excusa, como este texto.

No debí darle ese lugar, pero ya ves. Es mi espacio también y me animo a ocuparlo y compartirlo con entidades menos dañinas. Ya no hay discusión, no hay margen para el pataleo. Las actividades se desarrollan según lo establecido, los compromisos encuentran coincidencias espacio temporales, todo organizado y expectante en el preámbulo de la jornada que ya es en miles de cabezas llenas de preocupación, en millones de cálculos y probabilidades, aguardando para desenrollarse como un suncho, para mostrar y demostrar, a ver si se cumplen todas esas predicciones, a ver si estábamos tan equivocados, vos y yo. Cifras y quehaceres nos tienden el lecho. El ensayo de esa frase difícil que debe ser dicha y no sale, y sus impredecibles consecuencias que nos distraen mientras llegan las ondas alfa. Los sonidos van entrando primero, y son como un hilo de agua, después el movimiento mental de los objetos, el recado pendiente, unos ojos, los tuyos, los míos, todo eso acude y nos inflama. Entretanto, redacto testimonios para los momentos bajos, es cuando recuerdo que no tengo la libretita en la mesa de noche, pero no importa, porque me levanto y escribo: “hubiera querido decirte tantas cosas, pero menos a veces es más, aunque tardes una vida en entender, hubiera querido que seas mi mar…” Repaso las cosas del día, ya muerto. Recuerdo el olor a café de la primera hora, eso me lleva más lejos, me hunde en aquellas mañanas de invierno que la noche no soltaba, en la leche demasiado caliente, y todavía más, corro por la vereda al pasto recién cortado, a la calle Talcahuano, a la tía, pobre la tía, parece mentira. Y vuelvo. Subo una escalera blanca y negra, camino por un pasillo con alfombras color verde, oigo un llanto, persistente. Encuentro la habitación. Tiene un ventanal que da a un patio, o algo así, no alcanzo a darme cuenta. Hay un corralito y un niño que llora. Me acerco y el llanto no cesa. Me detengo. Desconfío. Trato de convertir aquel sonido en otra cosa, en algo que me permita seguir, que me impida despertar.

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