Mar del Revés

Mar del Plata es una ciudad rara. La Biarriz argentina. El torreón, la galana costa. La rambla… La rambla la hicieron los franceses, la primera, la de madera. El puerto los tanos ¿Ah no? ¿También los franceses? ¿Primero fueron holandeses? Bueno no importa, los tanos vinieron después. Dónde me quedé…ah si, en la Belle Epoque, los trajes de baño hasta los tobillos de las mujeres y tipos de saco y corbata en la arena o en el Jockey Club.

En 1880 y pico se construyó el Bristol Hotel. Tenía una araña de cristal enorme en su hall central que sobrevivió al incendio y ahora está colgada en la catedral. Por entonces venía gente de mucha guita así que el gobierno municipal decretó el Reglamento del Baño, que decía que estaba prohibido bañarse desnudo, que el traje de baño admitido era aquel que cubriera el cuerpo desde el cuello hasta la rodilla, que en las tres playas conocidas por del Puerto, de la Iglesia y de la Gruta no podían bañarse los hombres mezclados con las señoras a no ser que tuvieran familia y lo hicieran acompañados de ella, que estaba prohibido a los hombres solos aproximarse durante el baño a las señoras que estuvieren en él, debiendo mantenerse por lo menos a una distancia d 30 metros. (¿Qué, andaban con un metro?), que se prohibía en las horas del baño el uso de anteojos de teatro u otro instrumento de larga vista, (a quién se le ocurre) así como situarse en la orilla cuando se bañaban las señoras, que estaba prohibido bañar animales en las playas destinadas para el baño de familias, que estaba igualmente prohibido el uso de palabras o acciones deshonestas o contrarias al decoro, y una serie infinita de restricciones.

En esa época sí que había respeto. A mi me enseñaron bien en el colegio. ¡Ay! Lo que era Mar del Plata…Me contaron de los Peralta Ramos, que yo cuando era chico pensaba que eran los dueños de una línea de colectivos, la que me tomaba para ir a jugar a la pelota al Parque Primavesi. Pero no, Don Patricio era un…un…era…un pujante…bueno, no me acuerdo bien ahora pero quería la prosperidad de todos y fundó la ciudad, qué tanto. La cuestión es que le compró las tierras a Don José Coelho de Meyrelles, que mientras era Cónsul del Brasil se había hecho un viajecito por acá y le había gustado la zona. Entonces Don Patricio hizo construir una gran iglesia y le puso el nombre de su esposa que no era santa pero se llamaba Cecilia.

Mar del Plata, la de las tres industrias del manual Kapeluz del Alumno Bonaerense. La de las canteras, la desocupación y el casino. La de la fuente de las aguas danzantes, las villas miseria y los lobos marinos. La de la avenida Juan B Justo, pero no muy al fondo. La de los alfajores y el hambre. Y me voy a pasear a Güemes porque en otro lugar no se puede estar tranquilo. La feliz es una ciudad rara, careta. Una maqueta.

Parece cómo si algo o alguien se hubiera robado la perla del Atlántico “A Mar del Plata la arruinó Perón, con el turismo social”, “a los tipos de guita no les gusta mezclarse con los negros”, “acá no viene más nadie, se van a Punta del Este” Solía escuchar en sobremesas de domingo, en las mesas del café Andrea del puerto donde me crié, entre amigotes truco y muss, o en la casa de alguna tía con olor a viejo.

Mardel es como Las Vegas, pero sin desierto y sin Las Vegas. La capital de la timba. Timba en los bingos, en las maquinitas con monedas de cinco centavos, así pueden jugar todos. Timba en las esquinas, con gente durmiendo en la calle. Ellos no juegan, pero se la juegan todas las noches, para ver el día. Timba en el despacho de planta baja donde la dignidad tiene color, edad, nacionalidad y status social. Timba en el puerto, con los pescadores que se juegan la vida en el mar y los fileteros que se la juegan entre los patrones y la cana, que cada tanto los caga a palos. La ciudad de las cinco estrellas, de las cumbres y el silencio. Gritos ahogados del pasado, en la cueva y el faro.

Hoy el diario dice que la desocupación es del 14%, pero eso es una cifra y nada más. Una cifra para que la señora que llama a la radio diga que es una barbaridad y siga pidiendo que los pobres nazcan presos. Parece que no se aviva, no le cae la ficha a la señora indignada que llama a la radio.

Es tan simple la cosa, como una regla de tres, esa que aprendí en el San Alberto, donde mis viejos me mandaban, para que tenga oportunidades en la vida aunque no pudieran pagar la cuota. Y pensar que me amenazaban con mandarme “a la escuela N°12” si no estudiaba, “ahí vas a saber lo que es bueno” decían. Pero volvamos a las matemáticas. La desocupación es directamente proporcional al hambre, el hambre es directamente proporcional a la exclusión, la exclusión a la marginalidad y la marginalidad al delito. A los que pelean todos los días contra la miseria no les hace falta una cifra. Conocen bien cómo viene la mano y no se indignan, le dan para adelante. Cuesta trabajo entender, ponerse en la piel, de los pibes que no tienen ni para comer. De verdad no tienen. No alcanzan las palabras para que quede claro. Porque las palabras, cuando son mal dichas, suenan como las cifras. Es difícil comprender la noticia del chico que le robó las zapatillas al otro y lo mató porque no se las daba. Es incomprensible que ocupe la primera plana. Pero no es codicia, la del pibe digo. Cuando la tele le dice todo el tiempo que si no las tiene se queda afuera. Y encima son muy muy caras para que la “negrada” no pueda comprarlas.

Yo vivo en esa ciudad, que también es la ciudad solidaria de los comedores de los barrios de la Gran Mar del Plata. Todos los días miles de personas le sacan la careta a la ciudad pacata, la que muchos insisten en ver como en una cápsula del tiempo detenida en el 1880 y pico. Yo vivo en la ciudad de los centros culturales y el cine independiente. Yo vivo en la Mardel de hoy. No importa quién la fundó, eso fue hace muchos años. La gente ya no va de traje a la playa y no hay reglas del baño. Ahora hay cosas más importantes de las que preocuparse. Todo eso es Mar del Plata, para quién quiera desengañarse.

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