La ética posible.

Thomas Moro dio a la isla lejana de la felicidad el nombre de Utopia, que significa “en ninguna parte”. “It is better to travel hopefully than to arrive”, escribe R. L. Stevenson citando un sabio adagio japonés. La traducción literal es: Mejor viajar lleno de esperanzas, que llegar. La felicidad estaría entonces en la salida y no en la meta.

La ética tiene mucho que ver con esa esperanza, entendida como necesidad de superación. Esperanza de que nuestro comportamiento guíe a los demás. Nuestras limitaciones, no como periodistas solamente, sino como seres humanos, nos impiden escapar del parcialismo a la hora de describir o “leer” ese fenómeno que llamamos por convención “la realidad”.

Es cierto que no nos es posible considerar todos los aspectos de un hecho y esa es, precisamente, una de las justificaciones más contundentes de la existencia de una ética. La ética no es una utopía en sí misma, sin embargo sus características son utópicas. Conviene entonces reformular el adagio que da comienzo a estas líneas. No es del todo cierto que sea mejor viajar que llegar, sucede que no hay dónde llegar. Lo que podemos hacer los periodistas es perseguir máximas. Ese viajar, esa persecución idealista debe estar llena de esperanzas, llena de ética.

Recrear la realidad es complejo y peligroso. Quienes pretenden emprender esta tarea cuentan, no obstante, con un poderoso aliado: la honestidad. Al respecto existe otra frase, algo paradojal, salida de un debate entre periodistas: “Puede que me equivoque, pero siempre tengo razón”. Se trata de una idea muy persuasiva. El periodista debe tener la convicción de que cuenta con las herramientas y los elementos suficientes para sostener lo que está construyendo, su relato, su discurso en sentido filosófico. Otra cualidad asociada a la honestidad es la sinceridad. Es sincera consigo misma, en primer lugar, y con los demás aquella persona que reconoce un equívoco. Esto es necesario, aunque no suficiente. Reconocer que se obró de manera errónea es un comportamiento ético, pero de nada sirve dicho proceder si no se agotan las instancias para revertir, en la medida de lo humanamente posible, las situaciones derivadas del error. Naturalmente, y esto cierra un poco el círculo, sólo tiene la capacidad de reconocer su equivocación aquel quien actuó con total honestidad. La imposibilidad de subsanar el mal producido, de rectificar ( palabra tristemente devaluada en el periodismo) y dejar al otro ejercer su legítimo derecho a réplica, evidencia un condicionamiento de algún tipo. El periodista que se ve restringido en ese aspecto no es libre, y por tanto no es ético su proceder. Su viaje no está lleno de esperanza, sino de angustia y, sobre todo, persigue un único fin. Un fin que, en muchas ocasiones, ni siquiera es el propio bienestar, aunque por carácter transitivo se llegue a ese supuesto. Se convierte así el comunicador en ariete de un poder que lo condiciona, lo usa como carne de cañón, y sólo comparte con él una mísera migaja de lo obtenido, tal vez algo de notoriedad o un mal entendido “prestigio” cuando no, lisa y llanamente, cooptará su voluntad con dinero. El poder económico es, sin duda, el arma más lesiva y corruptora del periodismo. He aquí otra de las razones por la cual es preciso que exista una ética posible, en la práctica, pero utópica en sus principios. No podemos olvidarnos de todos los factores que influyen en los seres humanos a la hora de reaccionar de tal o cual manera ante una situación determinada. No es posible abstraerse a tal punto y exigir en forma declamativa una conducta impracticable. La ética permite regular el comportamiento, internalizar las normas, consagrar la profesión, auto-superarse y ser ejemplo para otros. No se trata de buscar mártires, aunque en este oficio los hubo, sino de darle al periodista herramientas para preservarse, y por ende preservar su obra, de los diversos condicionamientos que envuelven el quehacer periodístico.

Tomar conciencia, en el más específico de los sentidos, el de hacerse responsable por la labor realizada, es la primera regla ética que debe perseguirse. Se trata de ser autor y no vocero. El comunicador debe apreciar su integridad profesional tanto como a sí mismo. Para esto es necesario que él sea libre. La ética y la honestidad son los únicos terrenos donde florece la libertad posible, la libertad de conciencia.

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