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Fobias.

La infinita impresión de observarla inmóvil contra el lomo naranja de Rayuela, como una viruta de papel viejo, un triángulo de arena, mancha cenicienta, mariposa alunada…terrón de polvo; impresión que solo languidece ante la necesidad de matarla, la imperiosa; impostergable necesidad, el misterioso miedo de que se petrifique ahí.  La biblioteca entera se sacude y can los restos despedazados, hecha astillas. Con el golpe volaron algunas fotos, señaladores, programas de teatro y algunas otras cosas sueltas. Elijo el Diario de Andrés Fava y me siento a leer. Ya arreglaré el desorden...ya lo haré.  

Íntimo.

Una de las formas de la comprensión, que es también muerte y milagro, es romper en un llanto silencioso mientras se lee un cuento. …”Pero no hablemos de hechos. Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido.” Tardé mucho tiempo en entender, no tuve la buenaventura de que otros me convidaran el saber. Hoy, lloro. Sin remedio, el olvido profetizado en esas páginas, las de Utopía de un hombre que está cansado, se hizo verdad en la carne del autor, y renace en cada lectura, en cada sucesión. Puedo ver ahora que estoy solo, como en aquellos días en los que el amanecer llegaba tras el desvelo. De algún modo sigo ahí, esperando la noche, pero sé que mi dolor (como el de él) no es más que un dolor humano, el dolor de ser.    “La vida es, para mi, el tramo incomprensible de una suerte ajena; una suerte que me aventuro a adivinar”

Visita a la feria.

Comentario caprichoso. Unos gruesos tomos salteados; las obras completas de Faulkner (tomos lV y V),  alguno de Kafka (tomos ll y lll, creo) y otros autores que no recuerdo; ocupan los estantes superiores de algunos puestos. Casi parecen fuera del tiempo. Son atractivos, con sus lomos labrados y ese verde oscuro, sobrio, que adorna cualquier biblioteca  con un aire erudito y tedioso. Pero su circunstancial discontinuidad desalienta a los compradores. Lo mismo que una ojeada en su interior: el tamaño de las letras anuncia una penosa tarea para los miopes. Más allá de la oferta y de su singular edición, permanecen ahí, día tras día, anacrónicos, indiferentes. Sobreviven a la feria y al manoseo constante de los curiosos, que los examinan como si fueran piezas de museo. Otro problema con los tomos es que cansan de solo verlos. Parecen pesados ladrillos apilados tapa con tapa, lomo con lomo, en el estante de arriba dónde hay lugar de sobra, dónde no se ponen las novedades porque ni lo

Los relatos.

Antonio aparece en una ciudad quimérica, como la muerte epicúrea. Una ciudad de calles muy angostas y puertas bien cerradas. Una ciudad repetida, teatro de operaciones, campos de batalla. Una ciudad sin casas ni misterios, solo madrigueras llenas de miedo. Caminando hacia el Este en la ciudad hay un camino que, parece, se pierde en el mar. Aunque no se pierde, hay que saber mirar. Allí, en verdad, el camino se abre en dos. El asfalto se ablanda bajo los pasos y el aire se pone de un rojo turbio, como un atardecer de Monet. Una parte se convierte en atajo, y como un rulo devuelve a quien lo transita al punto de partida, la senda que hasta ahí lo trajo. La otra parte se interna en la carne, y se hace camino interior. Se desvanece la quimera, hacia los suburbios del dolor. Andando por aquellos rumbos Antonio se encuentra con un trío de entusiastas caminantes que vienen de regreso. Al verlo marchar en dirección contraria, uno de ellos le pregunta con ironía  – ¿No pensará ir para abajo

Palabras que me gustan ll

Por ejemplo, “sosegate” encierra la evidencia de un estilo castizo y riguroso. En “soplamocos” advertimos un matiz infantil, no reconocido por la RAE , claro. Los extranjerismos “statequieto” ó “schiaffo” son notables, mientras los regionalismos como “cazote” o “mamporro” aportan un aire tradicional. Pero, sin duda, encontramos en “castañazo” la suma de todos aquellas sutilezas en un solo término, fuerte y conciso.    

Palabras que me gustan

“Perplejo” Decir: “me quedé perplejo” La perplejidad es una especie de estupor. Uno se queda pasmado, atónito. No sabe qué hacer, ni cómo actuar, porque ha descubierto algo que ignoraba. La revelación nos deja estupefactos, palabra que es de la familia, tal y como lo es “estupendo”. No muy lejos de estúpido, claro.

Para ser explicado

Primero el amante logra persuadirse de la existencia de unas cualidades superadoras; luego está convencido de que esas cualidades son características inherentes de aquel que es amado, de ese modo alcanza la inconmensurabilidad y la compensación necesarias para situar al amado en un lugar tan íntimo, en una cima tan estrecha, que el riesgo de que aquello deje de ser amado aumenta en forma colosal si tiene la osadía de respirar o parpadear con vehemencia. 

Los poetas

Dicen que podré verte, al cabo de esta penumbra. Dicen eso y muchas otras cosas, cosas de las que descreo. A mí, justo a mí, que no soy capaz de ver la espina naciente en tu cuello, ni la sutil enredadera de tus labios que, según dicen, cultivas; a mí que me conformo con los pétalos de tu vientre, deliciosamente venenosos, y los hago florecer con el riego de mis ansias. Sé que me condenan todos ellos al crepúsculo, a la letanía. Prefiero el eclipse y su fugaz resplandor. Me levantaré en su contra y les daré fuego, les daré sangre, me quedaré ciego. Porque, ¿qué otro destino espera a aquel que ha encontrado aquello que buscaba, sino el de destruirlo? Han sido mis ojos, tú serás la noche.

En absoluto

Si somos capaces de construir un sentido tal que se oponga a aquello que se asume como inexorable en la condición humana, la muerte, entonces tomaremos conciencia de que no está tan cantado de antemano nuestro final; porque, pensando de otro modo, bien podría no ser un final.

Escribir

A veces es un arrebato, otras, una ardua búsqueda. En todo caso, me desprendo tanto después, al terminar, que todo lo hecho me parece insuficiente o equivocado. Quisiera empezar de cero, otra vez. Pero nadie empieza de cero; nadie abandona por primera vez, nadie triunfa en la persecución de aquello que una vez fue y, ¿quién sabe si fue? Entonces todo se vuelve arduo y hay que remontar estas palabras y hay que explicar cosas que no vienen al caso, y permanecer despierto en las madrugadas. Menos mal el café. Mejor el arrebato, aunque después me arrepienta y quiera encontrarle la quinta pata.

Destino de la memoria

Solo en el camino. Podía verte, pero no estabas conmigo; estabas entre las estrellas. Supe cuál de todas eras. Mi sed saciada de celeste beber. Cálida paz, silenciosa fuerza que gobierna los astros, susurro de una luz que ahora es pasado. Llega a mi como una llovizna al anochecer, como refresco a la tierra dura y quebrada que la recibe y se hace lodo poco a poco, como una caricia; cientos de manos blancas o sólo una, fría e inabarcable, alivio de las frentes afiebradas. Supe cuál de todos esos puntitos agitados eras; el único que no era estrella, el que aun parpadea cuando nadie lo ve.     Vendrán a buscarme, me inventarán una historia, un nombre y un camino. Cifrarán mi silencio. Será uno el día con el canto sereno de los pájaros muertos al alba. Ya no habrá estrellas en el cielo ni caminos que seguir. Sólo la memoria, pausa cruel y fatal, desatará los nudos de aquella noche ciega y eterna.  

Préstamos y devoluciones

Cuando era chico, mis papás solían retarme. Entre otras cosas, ellos creían que yo perdía de modo misterioso mis útiles escolares. Presumían o bien que los dejaba olvidados o que me los robaban mis compañeritos de grado. Lo que ocasionaba enormes griteríos, llamados al colegio, reuniones con autoridades educativas y coscorrones varios. Jamás contemplaron la posibilidad, y para ser sincero nunca se los señalé, de que yo pudiera desprenderme de esos objetos en forma voluntaria, prestándolos por largos períodos, o, directamente, regalándolos.   Hoy recibí un lápiz por correo. Llegó esta mañana. En un sobre mediano, y en compañía de algunos papeles para disimular la fisonomía inconfundible de aquel objeto. Le saqué punta y lo probé. Un lápiz con el que puede pintarse un color hermoso. De hecho es casi mi favorito. Está usado, muy usado la verdad. Sin embargo coloreé un buen rato. Luego de pensar un poco, como es usual, revisé la lista de los faltantes y corroboré que era uno de ellos.

Hallazgos

Leo a Sartre. Cada tanto siento una pena profunda. Lo mismo con Kafka. Cuando era niño, tenía muchos miedos. Algunos de ellos aun habitan en mí. De algún modo sigo siendo niño. Si no pensara como pienso, si nunca hubiera leído a Sartre, diría que mi infancia fue una enorme pérdida de tiempo. Cierto es que leí a Unamuno demasiado temprano y a escondidas, quizá en tiempos de Wilde, Saint-Exupéry o, tal vez, Andersen; reemplazados fatalmente por Quiroga y Poe. También es cierto que no lo entendí lo suficiente entonces. Es decir que mi corta vida no alcanzaba para llenar de sentido aquellas palabras del sentimiento trágico. En aquel momento, hacía ya mucho que Kafka había escrito su Carta al Padre y Sartre su Nausea. De haberlos encontrado, en lugar de a Don Miguel, me hubiera sentido menos solo. Hubiera encontrado acaso el origen del miedo.

Julio y Carol

‎"Tarde gris y callada, tiempo propicio de soledad y sombras. El aire se quedó sin   ecos y mi ilusión sin esperanzas...." Esto es algo así como recobrar algunos temas del tango y traerlos de los pelos. Aunque la tarde sea fría pero soleada y no asomen ni silencios ni sombras. Hablo aquí de otras tardes, de otras soledades. Cortázar en “Salvo el Crepúsculo” cita esto que es de A. Pizarnik, del Árbol de Diana: El poema que no digo, el que no merezco. Miedo de ser dos camino del espejo; alguien en mi dormido me come y me bebe. Me parece que él también quería traer algo de hace mucho, pero algo que había sido él mismo y ahora, en su ahora de 1984, de las cercanías de la muerte, quiere mostrar en forma de poesía que, como se sabe, es la única forma del recuerdo. Pero lo muestra con voces ajenas, en una especie de comunión en el dolor. Es como un exorcismo. Podría decir, a modo de epitafio, que no logró ahuyentar todos sus fantasmas, pero que los ha convertido en p

Estilo gestalt.

Imagen
El peluquero terminaba su tarea. Daba los últimos retoques con navaja, a la vieja usanza, cuando pidió al cliente que agachara su cabeza para emprolijarle la nuca. Entonces pudo ver, recortada sobre el blanco del piso, perfectamente formada con los restos de pelo de algunas melenas diezmadas, la figura de un gato. Solo un ojo y parte de una nariz fueron suficientes para adivinar el resto del animal. Desde su singular punto de vista, podía percibir la presencia mágica del felino, desafiando las porfías de la nada. Un golpe de escobillón terminó con el misterio. “Hay que ver lo que cae de la cabeza de la gente”, murmuró mientras afilaba la navaja. El cliente permanecía con la cabeza gacha. El peluquero pensó en practicarle un corte fino, como un golpe de brisa helada.; le intrigaba ver qué formas dibujaría para su deleite la sangre en el piso.     

Mikrokosmos.

Un minuto es demasiada ventaja para el silencio. Es algo que no se puede hacer. Mire si no. El piso desaparece bajo los pies y las cosas deben ser dichas pronto. Suspenderse en el abismo, mirar hacia abajo por un instante. No, pero sin caerse mi amiga. Vamos, espere que García Márquez ya inventará ese pueblo otra vez. No tenga miedo. El miedo nos hace caer, Bartók lo sabía. Lindo escucharlo cuando escribo, si puedo olvidarme de Lendvai por un rato. Ahora dígame, mientras dura este trance, ¿qué le parece hasta aquí? No conteste si no quiere. Puede elegir marcharse y retomar después, pero no es aconsejable. Es como el soñante: olvida que las cosas son de sueño y termina por creer que vuela. Primero el perro, que según deduzco nunca soñaba, luego la pareja del piso de arriba a los gritos limpios (quién sabe qué fue del pobre perro) y ahora la trompeta. En fin, a mi me gusta el Dixieland, aunque mis oídos perciben los límites de la improvisación, como se alcanza la baranda del subt

Perspectivas de la imaginación

Imaginé un toldo a medio día. Imaginé la quietud y la polvareda. Calor. Un toldo amarillo. Vi la sangre y las bocas abiertas. Quietud. El miedo en los ojos muertos. El miedo, vivo, en mi. Nadie. La leve brisa. Nadie. Un niño bajo la sombra del toldo, sentado, con los brazos cruzados y la cabeza gacha, entre las rodillas, mirando al polvo. Inmóvil. Un hilo de baba colgaba desde sus labios hasta el piso. Mantenía una mueca sorda. Cada tanto algún espasmo y volvía a respirar de súbito. Tenía puestos unos pantaloncitos cortos color arena, una camiseta azul y zapatillas sin medias. El pelo negro, la piel blanca, mugrienta y sudorosa. Por lo que alcancé a ver, sus piernas mostraban algunas lastimaduras, de formas varias y diversos tamaños. Entonces recordé una muerte absurda, casi calcada. Un bocinazo, me sacó de aquel trance. Desde una mesa alguien llamaba al mozo. Esa mañana había despertado intranquilo. La ciudad, inmensa, con su ruido, ponía en marcha una vez más su desgastado

Pensar un color.

Prefiero la fatiga. Soporto una ausencia, prefiero esperar. Hay demasiada alegoría en lo que escribo, demasiado desear y poco decir; mucho desear decir también. En la suma del deseo, espero. Siento la fatiga de esa espera, de la atroz tarea de esperar. Atroz, sin embargo la prefiero. Lo que me ocurre por lo normal es la no preferencia sobre las cosas. Me gusta tener criterios, y que lo demás suceda como consecuencia. No prefiero un color, estimo necesario que las cosas tengan colores y es tarea para mí, dárselos. Preferir sería asumir que las cosas están dotadas de color, que el color es. No. Uno no elige. Uno debe colorear antes de que otro lo haga; y si otro ya lo hizo, pues bien, habrá que procurar una tonalidad capaz de hacer de la primera capa de pintura un reflejo insondable, un desvío insospechado, hay que hacer del color anterior algo inimaginable, borrarlo. Para hacerlo, habrá que trabajar sobre la lengua. Pintar distinto es hacer que las personas vean otra cosa cuando yo
Me están empezando a tomar el tiempo Tus malos momentos Mis silencios La dueña de tus cosas me fastidia.
Escribo por pura vanidad. Insensato, no conoce la luz de la humildad. Estadío pulsional, entonces. Realización, si quieren. Y busco el placer, porque no estoy   tan seguro de poder esquivar el dolor. Che, qué lindo eso que escribiste. Pero mamá no lo entendió.
Creo en la inspiración. En hacerse un ovillo y dormir en cualquier parte, como los gatos. Simplemente la tarde, el arrullo del aire, la poesía escrita. Creo en la inspiración como gracia. Una acción que contribuye a la materia de lo indecible. Con certeza un puñado de versos, diáfanos                         Aún que las huellas                         Aún que los antes y después                         Aún que el encabalgamiento                         Aún que los lugares comunes                                                      Mi palabra                                                 La carne viva                                                El espejo roto                         Una astilla de ese espejo                         Por debajo de la piel Tranquilo, porque de algún modo, ya ha sido dicho.

No se

El claro Fulgor de la luna Soledad del barrio celeste Quietud Las cosas negadas al tiempo Al ahogo del tiempo Esa soga en torno al cuello Pero la soga queda ¿No se podría morir? Tan solo, acaso Morir

Sentirse un idiota; ergo, serlo.

De haber podido coincidir yo con usted, mi querida Eugenia – querida por las charlas laterales, por los ojos hondamente azules (tan azules como pueden ser) y porque no lo sabe – créame que lo habría hecho. Pero no bastó torcer la materia del mundo, ni pintar un camino de témpera en una lona y colocarla a mitad de su paso. Hacerle sentir sed; no hubo caso. Tan menuda, tan liviana. Debimos coincidir donde se supone que no, from the beginning. Pero de nada sirvió sobornar a toda burocracia celestial. Un claustro por ejemplo. Entonces, leer. Y luego comentar largamente lo leído. Y reír. No este banco, esta plaza ni sus canarios. No estas manos, ni la hoja de papel. No veintiún grados, cuatro décimas. Glosas, notas marginales, mate frío y dulce; porque da pereza calentar el agua y porque el dulce ayuda a pensar, lluvia puede ser. Como yo lo imaginé estaba bien. Encontrarnos. Hablar un poco de nuestras miserias (lo molesto de las aglomeraciones de público, las bebidas preferidas, las peleas

Crece

Tuve que aprender de pronto a dormir solo Y a correr detrás del hueso de la infame reticencia A soportar la sobria indiferencia Y a medir los tiempos A volar bajito Y a caminar lento. Tuve que aprender a llenar la vasija Y a esperar por las gotas A mudar de cariño Y a saberme las notas A escribir poesía barata Y a guardar silencio

Ha de ser, morir

No, voy a quedarme en casa escribiendo. ¿Quién irá a la guerra? Te ablando entre mis manos Sin signos, puntitos, curvas, ni nada Sin tinta El movimiento y los dedos calientes Eso, nada más Sin días ni noches Un rugido que no Un temblor Y nada más Un dolor en el hombro o en la espalda y del otro lado del puente iluminado el golpe sordo se abre paso entre los aires llega solo hasta la carne En la boca una laguna se vierte y las entrañas ceden de su vital rigor Voy a quedarme a construir mí casa Voy a mutilar el decir Voy a desfigurar palabras con la máquina de ser para que ni mi puño ni mi letra se puedan ver Ya no soy el que escribe este lento padecer Y quién vendrá a la guerra a firmar esta muerte a ser soldado de las ideas a matar en el frente Quién rendirá tributo al segundo eterno de silencio que trae la luz flagrante de aquel lado del puente Es fría nuestra tumba fría, de piedra, de agua Soñadas en la mente de nuestros asesinos allí estaban cuando llegamos las cavernas inclementes

A la luz

A ti no te apetece mi verso. Mentira la luz. El pulso herido de Lorca viene a buscarme. Toma mi mano tibia, deshace el hielo de los años y el plomo del hueso separa. Mentir a la luz Venga la poesía con vapor de Dios. Pero mi universo no te complace. Te escondes de mí para confesar amores Otros amores Mentir, ala, luz.

Las horas ciegas.

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Anoche tuve un sueño. En ese sueño yo estaba El mar se volvía negro, el horizonte se alzaba Y era toda el agua una ola Y eran sus brazos tan largos Y sus besos tan arduos Anoche tuve un sueño En ese sueño no estabas Y recuerdo que pensaba qué color tendrían tus ojos de palpitar lejano, qué color tendrían bajo ese manto de sombras. Qué figura la muerte reflejara oculta en el abismo de los parpados sellados.

Trama.

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La tensión estaba en todo. Ella venía a besarme, cada vez más aturdida, cada vez más borracha. Tan solo quería inspirarme, pobre ángel sin alas. Pero para eso, me hubieras hecho sufrir sin demasiado trámite, como tantas otras. Debiste susurrar una canción en mi oído, y nunca volver a cantarla.

Habitar.

La ciudad se escucha, apenas, creciente. Sin tanto amor ni tanta saliva, las partituras de sus amantes sonaban indolentes. Para qué tanto verbo, tanto suspirar contra la almohada, tanto antes, tan poco después. El cansancio casi siempre nos ganaba, y era salir de entre las sábanas a tomar algo fresco. Ahora pensar en ella se lleva todas mis energías. Pasión que preciso para escribir. Si no es a ella entonces, si no es para pintar la memoria incolora, rojos los besos, blancas las heridas, al fin y al cabo no escribiré nada. La ciudad ha llegado, es inmensa ahora; es difícil pensar cómo ha pasado el tiempo. La ciudad crecida será una poesía hermosa. Mientras tanto puede ser (es) un verso trágico, una estrofa insolente. Nunca la veré crecer del todo, pero me basta habitar en las semillas de tu jardín florido, en las gotitas de tu tempestad, en el vaivén de tus ojos, en tu pasar al otro renglón. La ciudad es un misterio, dulce y oscura, laberinto de poesía en el que me hace vivir.