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Quisiera ser Romeo.

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Fíjese, dijo el vendedor, seguro hay alguna para usted. El muchacho vaciló unos instantes y aclaró que no quería algo usado. Son flamantes, caballero; respondió el vendedor acentuando una sonrisa edulcorada. Extrañado, el joven consorte preguntó cómo era posible que hubiera una con el nombre de su amada grabado en el interior. Eso no es todo, agregó el dependiente quitándose los anteojos para mirar al tímido joven a los ojos, si el caballero gusta, también encontrará fecha y dedicatoria. ¿Y ella? Inquirió el muchacho con recelo ¿Qué hay con ella? El vendedor se acercó por sobre el mostrador y le dijo casi al oído: ruegue por que coincida, mi amigo. El joven tragó saliva y metió la mano dentro de la bolsa de terciopelo, repleta de sortijas de oro.

Thoughts

Uno. Despertá. ¿Me escuchás? No toques las paredes. Wake up. Let it grow. Don’t let it go. Dos, tres. Caminá. ¿Podés sostenerte? Vas a caer. Don’t cry. Let it happen. Cuatro, cinco. Hablame ¿Qué decís? Ma má. Don’t be afraid. Seis, siete. No pienses ¿Me querés? That man is missing a leg. Ocho, nueve. Trata de dormir ahora. We have each other?

Recreo

Mi hermana se queja con frecuencia de la tendencia a la recreación que, al parecer, tienen las personas. Según ella, es una especie de padecimiento que nos obliga a la añoranza inútil, que nos sume en la mediocridad y nos trae la mímica de lo que ya no es, en su peor forma. ¿Por qué no contentarse con el simple recuerdo? El recuerdo sería mejor que cualquier cosa, o, por lo menos, más útil. Pero recrear, mal que le pese a mi hermana, es todo lo que podemos hacer. Es la cumbre de nuestra materialidad. Recrea el relator de los hechos pasados (de alguna manera todos lo son), en el mismo instante en que los enuncia con pretenciosa novedad. Recrea el predicador la fe de sus fieles en cada ceremonia. El salmón recrea contracorrientes. Recrea el Claro de Luna una tristeza cualquiera. A Cervantes toda la prosa lo recrea. Recreo una ilusión a cada instante. Horizontes recrea el sextante. Un olvido imposible, el mar errante. Imaginemos un mundo en el que la recreación no fuera posible. Donde las

Era en Enero

Quería escribirte De letras hacerte Descubrirte, describirte Y contarte Que era un día todos los días Si ella te quiere Si ella te ama Allá en Enero Sentada en el verde De piernas cruzadas Te espera callada De risas Y caricias Livianas como el aire Caliente sopla al alba De mi Enero pasado Mi tarde lejana

Nunca

El nunca llega, abre los cerrojos. Descubre las pasiones, delira las bajezas. El festín depravado, que la carne ansía. Muéstrame ese rostro, que por las noches espanta. Dime ese secreto, ya no me engañes. Dime por qué el miedo envenena las caricias. Y de trazo envenenado, de pasado y condena, el nunca llega. Y abre los cerrojos, y corrompe las almas, y desvela el sueño.

El curso de las cosas.

Ego, fatalidad. La posibilidad de volver a atraparlo, de volver a ser. Adamo alzó el animal y se acercó a la popa. El enorme pez parecía un recién nacido abrazado por la muerte. Un hilo de sangre salía de su boca reseca, jadeante. En la madrugada, sin promesas de nuevo día, los protagonistas del final liquidaban sus miserias en cubierta. El sacrificio, inútil. Todo lucha. Dos estrategas solitarios enfrentados pero no diferentes. La luna, robada por Urano. La barca, sin desvíos por Estigia. Todo silencio, Adamo, artífice e instrumento, fin y principio. Extendió sus brazos y la criatura rodó por el vacío hasta caer al agua. Nadie comprendió. Tanto dolor, las manos surcadas de tanza y sudor. El pez boqueó, se retorció, se alejó. – ¡Adamo! – , Gritaron algunos – ¿Qué has hecho? Has tirado por la borda tu gloria, tu felicidad. Adamo le dio la espalda al océano, se puso en cuclillas tomó una tanza, una plomada y se sentó en cubierta a armar una línea.

Precios y valores

Cierta mañana, una señorita entra a una joyería con su reloj averiado y hace la siguiente consulta al dependiente -¿Cuánto costaría reparar este reloj? Le otorga con las dos manos la delicada maquinilla. Se efectúan los análisis del caso con el rigor acostumbrado. Las cejas se ciñen, se exhala con fuerza. Se niega con la cabeza. Se buscan herramientas en cajones atibborrados de objetos de dudosa utilidad. Se espera el veredicto, que llega después de unos susurros. -Y, calcule usted dos o tres versos de algún poema suyo, un recuerdo de la infancia o una tanda de mates en la costa una tarde de verano. La señorita retira su pertenencia y abandona el local indignada. Llega a la esquina de la avenida Independencia, se detiene en el semáforo y piensa que su reloj sigue averiado. Al fin y al cabo, nadie leerá sus poesías y los mates en la costa le vendrían bien para olvidarse de todo.

La ciudad de Julio.

Perdido para siempre en esa ciudad, la que descubrió, la que nos regaló, que no es menos real que otras ciudades pero sí más blanda, como la pulpa de una fruta de sabor desconocido y con algo en el centro, como un carozo. Uno sabe que está ahí, pero no quiere llegar a él ni dejar de comer. Come el fruto a su alrrededor y se deleita, hasta que la oscuridad del carozo asoma. Entonces sabe que sus presunciones eran ciertas. Perdidos todos en esas callejuelas y escondrijos en tránsito inexorable hacia el carozo. Cada beso que nos damos y nos dan es una mordida más de aquella pulpa dulce o amarga. Hay algo poderoso en el corazón de esa ciudad que nos empuja hacia afuera con violencia, nos obliga a reir y a temer, como el vértigo de los parques de diversiones. La fuerza que nos une es lo que nos separa, en esa centrífuga de las palabras y las cosas disparadas. Ese remolino nos mantiene lejos del carozo, pero juntos en esa búsqueda. ¿Encontraría a la Maga? Encontrarse es cuestión de azar, tod

Sombras

Caminaba por la calle. Tras mis pasos, la sombra de una hojita que caía de un árbol apareció en la vereda bajo el sol del mediodía. Distraído, la seguí en su danza por tres cuadras. La hoja no caía. El viento parecía arrastrarla. Cuando cambió de rumbo, miré al cielo; una mariposa amarilla me saludaba con las alas.

Décadas.

No me quejo. Tengo casi treinta y dos años. Es que desperté esta mañana con una idea curiosa. Miré al espejo y me pregunté por qué habría de imaginar, a los diez o doce años, un futuro que aun no llega. Un futuro que, según mi visión de niño, debía haber llegado hace al menos diez años. Me equivoqué. Deseaba entonces volver a ser niño. Volver a las cartas de amor, poder corregir. Apuesto a que pasados los cuarenta, por alguna extraña razón, querré volver a este momento; como quiero ahora volver a esa noche de los veinte años, a la libertad que se escapa, saltar a otro espejo en esta mañana.

Colecciones.

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Nunca tuve gran apego por las cosas. Es más, no creo que “el tiempo” exista como tal. De todas maneras no digo nada nuevo. Si eso del tiempo fuera cierto, técnicamente viviríamos en el pasado. El pasado nunca es olvido, porque lo que ocurrió se proyecta y permanece en el presente. Todo es presente. Pero no podemos quedarnos quietos. Entonces, todo es futuro, voluntad teleológica. Todo es por hacer. Y así estamos. Ahora eso del apego se me hace borroso. De pronto me gustaría tener un paraguas. Digan si no es necesario. El profesor Gustavo Sotto los coleccionaba. Sus clases en el vespertino Pueyrredón eran un oasis para alguien con un conocimiento del mundo tan limitado como yo. Me quedaba después de hora conversando con él, o lo perseguía hasta la sala de profesores, donde la entrada estaba más que prohibida para los alumnos. El profesor practicaba el coleccionismo de un modo prudente: no poseía ningún paraguas. A mi me hubiera bastado con uno, y ni siquiera. Prefiero mojarme. Pero a él

Todo eso lo hicieron en la Coloma

En la portada de La Vanguardia del 18 de enero de 1939, durante la caída de Cataluña, puede leerse una declaración, suscripta por diputados de la Segunda República, catedráticos, filósofos, periodistas, escritores y poetas, entre los que se encuentra Antonio Machado. La cabeza de la nota comienza: “Ha sido publicada la siguiente apelación al mundo civilizado: Las tropas italianas de la División Littorio, después de concentrar en un campo próximo al pueblo catalán de Santa Coloma de Queralt a las mujeres, niños y ancianos, que huían de la invasión, los asesinaron sistemáticamente, disparando sobre ellos con ametralladoras emplazadas al efecto.” Fusilaron doscientas personas. Unos medianos, unos camaradas que estaban cogiendo su trigo. Los sacaron a las eras, pusieron una ametralladora en la torre y los fusilaron. Niños, mujeres, todo eso lo hicieron en Santa Coloma. El cabo -luego sargento- Celestino García Montero cuenta que de haber llegado momentos antes, habrían podido

Persevera

Al referirse a uno de sus poemas más inspiradores, Alphonse de Lamartine, cuenta en sus memorias que escribió “Le Lac” sumido en una repentina iluminación. Dijo incluso que aquella poesía exquisita le había llegado ya compuesta en una especie de ensoñación, un trance, mientras caminaba por el bosque en la noche. El primer romántico murió en la pobreza. Luego de su muerte, en 1859, en el estudio de París se encontró una gran cantidad de borradores de esa magnífica obra, así como también de otras poesías y textos conocidos, solo que se trataba de versiones corregidas, pobladas de tachones de puño y letra del girondino. Versiones modificadas una y otra vez a través de los años. Lamartine no querría darle al tiempo aquello que sabía nunca le devolvería. Al parecer las grandes poesías comienzan con un suave rocío que acaba por inundarlo todo.

Veinte cuadras

Noche de verano. Lanús, 1962. Gentes de los pueblitos cercanos invaden los bailes y las peñas de fin de semana. Es madrugada y Pedro camina con sus amigos por las vías del ferrocarril. Van para el centro. Desde lejos ven el tumulto – ¡No se va a poder entrar! Vamos a otro lado – se dicen unos a otros con fastidio. Alguien sugiere un nuevo destino. Los demás lo siguen. A Pedro le parece que es tarde, que ha caminado mucho. Se pasa el camino a quejido limpio. – ¡No debe haber nadie en el Unión! ¿Me entendés? Nadie… ¡Ni el gato! No sabe que no hace falta que haya demasiadas personas en el baile. De hecho, con que haya una es suficiente. De paso se cruzan con otra barra de amigos que vienen en coche, pero en sentido contrario. – ¿Cómo está el club? – les pregunta uno de los de a pie, estirando el cuello – ¡Mal! – contesta una voz dentro del vehículo – ¡Una porquería! No hay nadie – alcanza a agregar otro, mientras el eco del motor se pierde en la noche, tras una polvareda. – ¡Vamos igual

La primera piedra

Tantos mundos y yo fuera de todos. Eran unos días en los que me había resignado a convivir con tu ausencia. Otros días en los que tuve tus besos y tus lágrimas. Tan solo ayer, tu abrazo. Hoy, ni tus besos, ni tus lágrimas, ni tu abrazo. Ni siquiera tu ausencia. El único apedreado entre los pecadores.

Historias del Gato con Toga

"La Fiesta" A un guía de turistas argentino de la Isla de Creta se le ocurrió una singular idea y escribió unos panfletos que decían así: Todos los minotauros organizaron una fiesta para contarse historias y hacer poesía. Al laberinto fueron llegando, primero unos pocos, después otros tantos. Conversaron mucho, rieron y bebieron en comunión fraterna. Pero como no podían salir, al cabo de un tiempo comenzaron a devorarse los unos a los otros de puro aburridos nomás. Por eso, si usted entra aquí trate de rajar, porque la fiesta no ha de terminar hasta que llegue la Soledad.

Hechizo.

Había en sus ojos canciones inmensas. Y en su mirada murallas, pintadas de frío. Podría buscar en cientos de mares esa sal. La misma sal. Cada despertar la devuelve distinta al mundo de las cosas, de los días y las horas. Unas veces, caricia matutina, poesía cercana. Otras, pasión y lucha, sonrisa cotidiana. Pero si ocurre que no despierto y llegue el miedo, acaso, pensaré en sus manos y en el conjuro de su abrazo.

Todas las muertes

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Al Poeta se le ocurrieron muchas cosas, pero no dijo ninguna. Fuegos de colores le pintaron la memoria, pero no escribió nada. Tan solo imaginó. En aquellos momentos de la palabra hecha muerte, porque sí, el suplicio se hizo entusiasmo, el hambre, ansia. El corazón, maltrecho, ajado y lleno de esperanza, le latía entre las manos cada vez que un paisaje preciado le iluminaba los ojos vendados. Primero, sintió un hormigueo. Seguido, una aguda puntada le dejó la lengua en el paladar clavada. Pero no eran finas pinzas que su carne quemaban, no. Eran las aguas frías que por las noches de verano la piel le erizaban. Caudal fresco y siempre vivo del Darro, el Maule, o la Coronda, que a su cuerpo caliente aliviaba. El Poeta, digno en su silencio, alzó la cabeza y percibió la escena. No serían más de tres, los que allí se encontraban. Uno, de seguro, impartiría las órdenes con gestos muy ensayados y pocas palabras, más bien, toscos monosílabos o palabras cortadas, cortantes. Otro, abocado

Despertar.

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¿Ves lo que te digo? No está. Estuvo otras veces, pero ahora abro los ojos y no está. Ya pasaron dos noches, con sus lunas y sus soles. Los pajarillos de la mañana son como los soldados de la Resistencia. Han estado agazapados soportando todo lo que duró la oscuridad, luchando en silencio, esperando la oportunidad de remontar el alba con sus trinos. Hubiera querido soñar con ellos, de verdad. Despertar un día rodeado de nidos poblados de crías y de cantos celestes. A vos también se te ocurre el peor día para ir. Si, pero ¿Para qué iba a quedarme? ¿Para seguir maquinando? Mejor así. Yo lo soñé, viste. La primera noche me pasó, ¿te acordás? Es como que cada vez la jaula se me hace más chica. A veces pienso que ahora sí estoy encerrado de verdad. Son algo así como niveles. Me parece que esta vez es insoportable y que lo anterior era una bobada. Entonces quisiera volver. Volver a un sufrimiento anterior. No te pongas mal, de todos modos ya lo sabías. Todavía me parece que los veo abrazarse

Un diálogo interno

Traté de escapar. Solo para descubrir que no había dónde ir. No hay dentro, ni fuera. Todo es un círculo. No importa la o él, cero o cien. De verdad quise que mi vida fuera otra cosa. Algo más que acumular papeles inútiles, abrir los cerrojos cada mañana y cerrarlos por las noches. Encender las luces del salón con mecánica de idiota. Sentarme en esta silla, encender la computadora. Procurar que la abrochadora esté siempre en su sitio, que haya biromes suficientes para tomar los pedidos, que las carpetas de registros de taller permanezcan apiladas lomo contra lomo, formando un rectángulo sólido. Sacar cuentas, hacer el arqueo de caja diaria, aguantar las neurosis ajenas, ”buen día, señora” con la mejor cara que pueda tener. Eso si, nunca fui puntual. Me reservé para mi esa pequeña libertad, ese acto de rebeldía minúsculo. Creí que podía torcer las cosas, ablandar el ladrillo. Pero mi mundo es un lugar frío y hostil y ya no tengo paz. Una persona me dijo hace un tiempo, que tenía que

Viento.

Fuiste huracán, ya eres brisa. Fuiste tempestad, hoy de agua apenas una brizna. Un suave goteo en las ruinas. ¿Sabrás lo que has sido? Me queda el recurdo de tu voz. Grito que la nueva ciudad sepulta Las almas por las cavernas del cielo vagan por tu rugido aturdidas Ninguna atina a contemplar el trágico silencio de tu aliento al pasar

Encuentro.

Naciendo en el preludio del ocaso, un pequeño perfil soleado. Toca fuerte las cuerdas del alma en tu decir enrredado. Sé que morir no puedes Que en mi pecho un enorme lago anida y cada día te descubre en millones de gotitas esparcida. Es otra vez encontrarte lejana audaz y sincera. Beber el agua amarga de un sorbo beberla entera.

De recuerdo, olvido.

Quisiera volver a un tiempo que me parece recordar. Un tiempo que te construye y desearía olvidar. Aunque volver ya no puedo ¡Oh! tiempo de papel lejano para que ningún verso diga el nombre de tu nombre en vano. ¡Callen todas las poesías! Arranco las letras de tu sino. ¡Que los poetas nazcan mudos! porque tu verbo ha robado mi destino. Sean tus besos borrados toda la memoria se detenga. Nueva sea cada página y nadie más recuerdos tenga. Entonces ninguno sabrá cuál de las musas has sido. Quién inspiró tanto ardor entre mis brazos perdido.

Una versión libre

No es que haya dejado de usar anteojos, es que ya no puede ver el armazón pendiente del rostro. Tarda un poco, pero es así. Con las ideas pasa igual. La mente le parece perdida, pero navega sigilosa. Es todo silencio y de pronto advierte un sonido continuo, un zumbido que la costumbre no tarda en disimular. Con cada línea, libera un poco de muerte. Se embriaga con palabras para no pensar que es víctima segura de la escena prometida. Como estas palabras que habitan en el blanco, pero que tú no lees ni yo escribo.Y así anda su agonía, tambaleante entre las solapas de una prisión sin custodia, sin memoria. Esperando en los escaparates de las librerías, que unos ojos, unos labios, una voz, una boca, desaten el castigo, adivinen el conjuro, encuentren cómplice el lugar prohibido.

Como en sí.

Fijate lo preocupado que me tiene el tema. A veces me despierto con ganas de escribir, me siento en la máquina y nada. No salen dos palabras juntas. Cuesta encontrar las vetas por donde hace agua la realidad. Hay como un manto de normalidad sobre las cosas. Yo se que es todo como una maqueta, pero está tan bien hecha….todo conspira en un sentido. O parece ser así. Basta que alguno se equivoque y no siga el libreto, entonces ¡ahí está! ¿Vieron? Que todo es precario….relativo, medio atado con hilos. Pero al final no podemos escapar. Y todavía queremos entender la muerte ¿Qué nos enseñaron a ver? A veces no duermo, te digo. Dele pensar y pensar. ¿Quién me manda a hacer como si fuera otro? Decime que no hay una historia ahí afuera, fuera de la habitación, lejos de ese cielorraso idiota que me devuelve su pálida resignación noctámbula. Convenceme. Entonces pienso que todo está en calma, que aquellos pasos en la calle desierta no eran nada, nada más que mi subjetividad jugándom

Una carta abierta a mis amigos

Hace rato no escribía. ¿Falta de estímulo? No creo. Como dice Sabina “nos sobran los motivos” Me gusta pensar que lo que me faltaba era una excusa. Un disparador, como se dice en los círculos literarios. Es requisito, según parece, que algo lo conmueva a uno en forma particular para sentarse a escribir. En el mejor de los casos depende de nuestro humor del día. Ayer me levanté reflexivo, entonces escribí un ensayo; hoy me levanté enojado, por lo que escribo barricadas; mañana despertaré melancólico y no escribiré nada. No estoy seguro que funcione así la cosa. No del todo. Es cierto que hay días en que permanezco inmutable ante ciertos hechos, y otros en los que se agudiza la sensibilidad y puedo tamizar alguna situación por la conciencia. Pero sigo pensando que la predisposición, aunque fundamental, no es determinante. Lo determinante son los hechos. Vuelvo en este punto sobre la concepción de “hechos”. Los hechos para mí son la lectura que hago de los hechos, lo que sí

Diálogo

-¿Es usted un demonio? -Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios. Gilbert Keith Chesterton. -Siéntese. -Gracias. Con permiso. -Es posible que usted haya venido aquí con cierta…cómo decirlo. -Expectativa. -Iba a decir esperanza, pero expectativa es mejor. -¿Hay unas palabras mejores que otras? -Usted qué opina. -Que las respuestas en forma de pregunta son evasivas. -Es cierto. Si, hay palabras y palabras. Todo depende. -Depende de qué. -De lo que usted quiera escuchar. -Lo que yo quiera…a esta altura. -No, no, no. Momentito. Siempre es importante. Hace la diferencia. -¿La diferencia? -En efecto. ¿O acaso no le hubiera gustado escuchar otras palabras? -Si. Dijo bien, me hubiera gustado. -Por eso está aquí. -Por eso y por otras cosas más. -¿Hay algo de lo que precise hablar? -Es que nadie fue sincero conmigo. Nadie dijo la verdad. -¿La verdad? -Claro. -La verdad termina siendo una sombra. Es eso que, según usted, permanece siempre -oc

Posibilidades de la ausencia.

A la docena le falta un clavel. Son once, una pretensión. Pero son eso, once claveles. No es poca cosa. Rojos como la sangre. Como una colección a la que le falta un volúmen. Las flores no son menos flores porque falte una. Miramos el ramo cada tanto, puesto ya en un florero de vidrio que deforma los tallos y los hace aparecer como una enrredadera verde a través de su prisma octogonal, y de inmediato vemos una enorme ausencia en el centro. Y es todo lo que veremos cada vez que miremos la mesa del living o la biblioteca. El paisaje de cúspides y depresiones angulosas no alcanza a disimular ese hueco, la interrupción de la serie. Allí donde no cabe nada, ni una letra, ni un matiz, tendremos nuestra mirada perdida. Hubiéramos preferido solo un clavel. Para empezar no hubiera hecho falta el florero, las comparaciones ni los espacios vacíos. Los contornos de las cosas no suelen extrañarse, más bien se descartan. Un trágico alivio.

Begining

Es una idea que no cierra. Sangra y no cicatriza. Ocurren cosas nuevas o las mismas cosas vuelven a ocurrir. Contra todos los pronósticos, Lunes. Ni miércoles, ni sábado. Lunes. Pero puede que no. Sucesivas marcas develan la jornada. Convenciones y rigurosidad. Conviene desconfiar. Sonidos simultáneos, trino de pajarillos artificiales, anuncian obligaciones programadas. Fase REM del viajero ¿Comenzamos?

Lenguaje

Tus manos, la expresión acabada de mi agonía, tendidas sobre la mesa describían un azaroso ritual lúdico que te mantenía absorta en una monotonía de movimientos sinuosos y, para mi, cautivadores. Si tan solo hubiera podido tomarlas, romper esa barrera, ese pudor. Me pregunto cuál habría sido tu reacción ante mi impulso. Habrías rehusado acaso la necesidad mía de corroborar la molicie de tus manos, a menudo frías, de enredarlas con las mías en un vaivén de contactos primitivos, en la demostración más sincera de cariño que se me ocurre ante la veda de tus labios. Pero no importa, porque no me atreví, aunque estuve muy cerca. No quise responder al lenguaje mudo, no quise dialogar con el movimiento. Aparecieron tus manos sobre el blanco mantel y los demás ya no estaban. Todos habían desaparecido y, por un momento, sentí que aquel par de torrentes de miel también buscaban el contacto. Luego las palabras, lacónicas, imprecisas y siempre insuficientes, vinieron a quebrar el tierno equilib

Decir, morir

Sabrás quién soy. Debes conocer mi forma de escribir. Por lo que el anonimato sería en vano. Pero juguemos a que no me conoces, a que no sabes quién escribe así. Solo te pido que me escuches, que seas mi cómplice. Que aceptes de mi mano una caricia, fingiendo que no la hago. Que me dejes rozar tu mejilla con un beso distraído que seque esas lágrimas antes de que formen un lago. Que me dejes mojar tus labios y besar tu frente, acariciar tus pies y saberte presente. Entonces juguemos a que eres indiferente, a que no te he soñado anoche y a que no tienes pretendiente. Sabes lo que siento. Debes conocer mi forma de hablar. Por lo que el silencio sería en vano. No eches tu cariño al olvido, solo cierra los ojos para que pueda besarte, y abre tu corazón para que pueda hablarte. No quiero decirte cosas hermosas porque temo que se conviertan en rutina y ya no te importen. Hoy he dado otro paso inexorable hacia la muerte, al no decirte que te amo.

DERECHO A SER ESCRITOR.

En la especie humana, existen naturalmente diversos modos de expresión. De todos ellos, la escritura fue el que modificó el universo de la oralidad y nos permitió el paso de generación en generación de relatos, costumbres y sucesos sin perder exactitud. Le abrió la puerta a nuevas asignaturas, a nuevos oficios y cambió radicalmente la comunicación y la cosmovisión de la prehistoria. Con la aparición de la escritura, por supuesto, aparecieron individuos con la capacidad de llevar a cabo ésta práctica: los escritores. Pero sucedió algo más importante, aparecieron los autores. De esta manera, la lengua escrita, se vio liberada del anonimato y de la especulación. Salvo, claro, conveniencia o pereza. A partir de esto, la persona que se adjudicara de algún modo comprobable la redacción de un escrito de su propia invención (no habiéndolo copiado ni plagiado) sería con justeza su autor. Pero antes sería, indubitablemente, por naturaleza un escritor . Como sucede habitualmente -y e

Pragmatismo

Hallábanse dos sabios absortos en sendas meditaciones acerca de las propias capacidades de su sapiencia. En un momento dado, los dos hombres conciliaron que no había forma alguna de determinar tal cosa por introspección. De manera que decidieron evaluarse mutuamente. Al cabo de distintas pruebas, a las que los dos sabios se sometieron con ególatra entusiasmo, y de acaloradas disputas, ambos resolvieron que el otro era el más sabio de los dos. Ante esta nueva disyuntiva que los dejó perplejos, y al término de otra tanda de intrincadas discusiones que en la mayoría de las ocasiones derivaban en elogios mutuos, arribaron a la conclusión de que la mejor manera de dirimir la cuestión era recurrir a un Maestro quién pudiera determinar a ciencia cierta y de forma inequívoca cuál de los dos hombres era el más sabio. Así lo hicieron y juntos llegaron a la morada del Maestro. El emérito los recibió con afectuoso saludo y los invitó a relatar el motivo de aquella visita. Una vez hecho eso, los

Mi extraoedinario domingo

¿Querés saber de viajes fantásticos a mundos ideales? Si querés te cuento de uno. Porque vengo de ahí. ¿Querés contarme de pájaros asustados? No digas nada. Nunca desplegué las alas, siempre perdí. ¿Cuánto hay de vos ahí, en lo que yo veo? En esos versos ¿cuánto hay de mí? ¿Te preocupa la métrica? Nunca los medí. Como no se cuentan los besos que se dan con los ojos cerrados y que llenan la boca de una humedad ansiosa, de movimientos sinuosos, de hambrienta agonía. También querrías que deje de soñar. ¿De qué estás hecha que no puedo alcanzarte? ¿Por qué cautivaste mi corazón así? De verdad, de verdad lo cautivaste. Un domingo extraordinario, de diáfano celeste, mar infinito. Un extraordinario domingo, sin vos, sin mí.

Supongamos

Me permito invadir este espacio, el suyo, como un emperador invade territorios para anexar a sus dominios. La comparación es pretensiosa pero sirve. Aunque no soy un emperador ni tengo ansias de dominación, y usted, desde luego, es mucho más que un territorio al que cientos sueñan con poseer. Cuando hablo de invasión espacial, me refiero a la lectura que empujada por la curiosidad hará usted de este texto. De seguro sin esperar demasiado aunque, tal vez, con un atisbo de sorpresa. Pensar que un beso en la frente hubiera evitado la prematura despedida, el orden de las cosas, es mucho decir del beso. Es asignarle facultades que no tiene. Aunque ciertamente es más efectivo que quedarse pensando. Cuando se conoce a quien lo da, el beso pierde toda importancia. Por el contrario, cuando no se conoce a quien lo da, el beso lo es todo. Habla por sí mismo. Qué obsesión tenemos las personas por saber lo que el otro está pensando. Lo que el otro quiere. Porque nos decimos a nosotros mismo