Décadas.

No me quejo. Tengo casi treinta y dos años. Es que desperté esta mañana con una idea curiosa. Miré al espejo y me pregunté por qué habría de imaginar, a los diez o doce años, un futuro que aun no llega. Un futuro que, según mi visión de niño, debía haber llegado hace al menos diez años. Me equivoqué. Deseaba entonces volver a ser niño. Volver a las cartas de amor, poder corregir. Apuesto a que pasados los cuarenta, por alguna extraña razón, querré volver a este momento; como quiero ahora volver a esa noche de los veinte años, a la libertad que se escapa, saltar a otro espejo en esta mañana.

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