El curso de las cosas.

Ego, fatalidad. La posibilidad de volver a atraparlo, de volver a ser. Adamo alzó el animal y se acercó a la popa. El enorme pez parecía un recién nacido abrazado por la muerte. Un hilo de sangre salía de su boca reseca, jadeante. En la madrugada, sin promesas de nuevo día, los protagonistas del final liquidaban sus miserias en cubierta. El sacrificio, inútil. Todo lucha. Dos estrategas solitarios enfrentados pero no diferentes. La luna, robada por Urano. La barca, sin desvíos por Estigia. Todo silencio, Adamo, artífice e instrumento, fin y principio. Extendió sus brazos y la criatura rodó por el vacío hasta caer al agua. Nadie comprendió. Tanto dolor, las manos surcadas de tanza y sudor. El pez boqueó, se retorció, se alejó. – ¡Adamo! – , Gritaron algunos – ¿Qué has hecho? Has tirado por la borda tu gloria, tu felicidad. Adamo le dio la espalda al océano, se puso en cuclillas tomó una tanza, una plomada y se sentó en cubierta a armar una línea.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Historia.

Alma