La ciudad de Julio.

Perdido para siempre en esa ciudad, la que descubrió, la que nos regaló, que no es menos real que otras ciudades pero sí más blanda, como la pulpa de una fruta de sabor desconocido y con algo en el centro, como un carozo. Uno sabe que está ahí, pero no quiere llegar a él ni dejar de comer. Come el fruto a su alrrededor y se deleita, hasta que la oscuridad del carozo asoma. Entonces sabe que sus presunciones eran ciertas. Perdidos todos en esas callejuelas y escondrijos en tránsito inexorable hacia el carozo. Cada beso que nos damos y nos dan es una mordida más de aquella pulpa dulce o amarga. Hay algo poderoso en el corazón de esa ciudad que nos empuja hacia afuera con violencia, nos obliga a reir y a temer, como el vértigo de los parques de diversiones. La fuerza que nos une es lo que nos separa, en esa centrífuga de las palabras y las cosas disparadas. Ese remolino nos mantiene lejos del carozo, pero juntos en esa búsqueda. ¿Encontraría a la Maga? Encontrarse es cuestión de azar, todo lo demás es una trampa del destino.

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