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Mostrando entradas de octubre, 2011

El curso de las cosas.

Ego, fatalidad. La posibilidad de volver a atraparlo, de volver a ser. Adamo alzó el animal y se acercó a la popa. El enorme pez parecía un recién nacido abrazado por la muerte. Un hilo de sangre salía de su boca reseca, jadeante. En la madrugada, sin promesas de nuevo día, los protagonistas del final liquidaban sus miserias en cubierta. El sacrificio, inútil. Todo lucha. Dos estrategas solitarios enfrentados pero no diferentes. La luna, robada por Urano. La barca, sin desvíos por Estigia. Todo silencio, Adamo, artífice e instrumento, fin y principio. Extendió sus brazos y la criatura rodó por el vacío hasta caer al agua. Nadie comprendió. Tanto dolor, las manos surcadas de tanza y sudor. El pez boqueó, se retorció, se alejó. – ¡Adamo! – , Gritaron algunos – ¿Qué has hecho? Has tirado por la borda tu gloria, tu felicidad. Adamo le dio la espalda al océano, se puso en cuclillas tomó una tanza, una plomada y se sentó en cubierta a armar una línea.

Precios y valores

Cierta mañana, una señorita entra a una joyería con su reloj averiado y hace la siguiente consulta al dependiente -¿Cuánto costaría reparar este reloj? Le otorga con las dos manos la delicada maquinilla. Se efectúan los análisis del caso con el rigor acostumbrado. Las cejas se ciñen, se exhala con fuerza. Se niega con la cabeza. Se buscan herramientas en cajones atibborrados de objetos de dudosa utilidad. Se espera el veredicto, que llega después de unos susurros. -Y, calcule usted dos o tres versos de algún poema suyo, un recuerdo de la infancia o una tanda de mates en la costa una tarde de verano. La señorita retira su pertenencia y abandona el local indignada. Llega a la esquina de la avenida Independencia, se detiene en el semáforo y piensa que su reloj sigue averiado. Al fin y al cabo, nadie leerá sus poesías y los mates en la costa le vendrían bien para olvidarse de todo.

La ciudad de Julio.

Perdido para siempre en esa ciudad, la que descubrió, la que nos regaló, que no es menos real que otras ciudades pero sí más blanda, como la pulpa de una fruta de sabor desconocido y con algo en el centro, como un carozo. Uno sabe que está ahí, pero no quiere llegar a él ni dejar de comer. Come el fruto a su alrrededor y se deleita, hasta que la oscuridad del carozo asoma. Entonces sabe que sus presunciones eran ciertas. Perdidos todos en esas callejuelas y escondrijos en tránsito inexorable hacia el carozo. Cada beso que nos damos y nos dan es una mordida más de aquella pulpa dulce o amarga. Hay algo poderoso en el corazón de esa ciudad que nos empuja hacia afuera con violencia, nos obliga a reir y a temer, como el vértigo de los parques de diversiones. La fuerza que nos une es lo que nos separa, en esa centrífuga de las palabras y las cosas disparadas. Ese remolino nos mantiene lejos del carozo, pero juntos en esa búsqueda. ¿Encontraría a la Maga? Encontrarse es cuestión de azar, tod

Sombras

Caminaba por la calle. Tras mis pasos, la sombra de una hojita que caía de un árbol apareció en la vereda bajo el sol del mediodía. Distraído, la seguí en su danza por tres cuadras. La hoja no caía. El viento parecía arrastrarla. Cuando cambió de rumbo, miré al cielo; una mariposa amarilla me saludaba con las alas.

Décadas.

No me quejo. Tengo casi treinta y dos años. Es que desperté esta mañana con una idea curiosa. Miré al espejo y me pregunté por qué habría de imaginar, a los diez o doce años, un futuro que aun no llega. Un futuro que, según mi visión de niño, debía haber llegado hace al menos diez años. Me equivoqué. Deseaba entonces volver a ser niño. Volver a las cartas de amor, poder corregir. Apuesto a que pasados los cuarenta, por alguna extraña razón, querré volver a este momento; como quiero ahora volver a esa noche de los veinte años, a la libertad que se escapa, saltar a otro espejo en esta mañana.

Colecciones.

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Nunca tuve gran apego por las cosas. Es más, no creo que “el tiempo” exista como tal. De todas maneras no digo nada nuevo. Si eso del tiempo fuera cierto, técnicamente viviríamos en el pasado. El pasado nunca es olvido, porque lo que ocurrió se proyecta y permanece en el presente. Todo es presente. Pero no podemos quedarnos quietos. Entonces, todo es futuro, voluntad teleológica. Todo es por hacer. Y así estamos. Ahora eso del apego se me hace borroso. De pronto me gustaría tener un paraguas. Digan si no es necesario. El profesor Gustavo Sotto los coleccionaba. Sus clases en el vespertino Pueyrredón eran un oasis para alguien con un conocimiento del mundo tan limitado como yo. Me quedaba después de hora conversando con él, o lo perseguía hasta la sala de profesores, donde la entrada estaba más que prohibida para los alumnos. El profesor practicaba el coleccionismo de un modo prudente: no poseía ningún paraguas. A mi me hubiera bastado con uno, y ni siquiera. Prefiero mojarme. Pero a él

Todo eso lo hicieron en la Coloma

En la portada de La Vanguardia del 18 de enero de 1939, durante la caída de Cataluña, puede leerse una declaración, suscripta por diputados de la Segunda República, catedráticos, filósofos, periodistas, escritores y poetas, entre los que se encuentra Antonio Machado. La cabeza de la nota comienza: “Ha sido publicada la siguiente apelación al mundo civilizado: Las tropas italianas de la División Littorio, después de concentrar en un campo próximo al pueblo catalán de Santa Coloma de Queralt a las mujeres, niños y ancianos, que huían de la invasión, los asesinaron sistemáticamente, disparando sobre ellos con ametralladoras emplazadas al efecto.” Fusilaron doscientas personas. Unos medianos, unos camaradas que estaban cogiendo su trigo. Los sacaron a las eras, pusieron una ametralladora en la torre y los fusilaron. Niños, mujeres, todo eso lo hicieron en Santa Coloma. El cabo -luego sargento- Celestino García Montero cuenta que de haber llegado momentos antes, habrían podido

Persevera

Al referirse a uno de sus poemas más inspiradores, Alphonse de Lamartine, cuenta en sus memorias que escribió “Le Lac” sumido en una repentina iluminación. Dijo incluso que aquella poesía exquisita le había llegado ya compuesta en una especie de ensoñación, un trance, mientras caminaba por el bosque en la noche. El primer romántico murió en la pobreza. Luego de su muerte, en 1859, en el estudio de París se encontró una gran cantidad de borradores de esa magnífica obra, así como también de otras poesías y textos conocidos, solo que se trataba de versiones corregidas, pobladas de tachones de puño y letra del girondino. Versiones modificadas una y otra vez a través de los años. Lamartine no querría darle al tiempo aquello que sabía nunca le devolvería. Al parecer las grandes poesías comienzan con un suave rocío que acaba por inundarlo todo.

Veinte cuadras

Noche de verano. Lanús, 1962. Gentes de los pueblitos cercanos invaden los bailes y las peñas de fin de semana. Es madrugada y Pedro camina con sus amigos por las vías del ferrocarril. Van para el centro. Desde lejos ven el tumulto – ¡No se va a poder entrar! Vamos a otro lado – se dicen unos a otros con fastidio. Alguien sugiere un nuevo destino. Los demás lo siguen. A Pedro le parece que es tarde, que ha caminado mucho. Se pasa el camino a quejido limpio. – ¡No debe haber nadie en el Unión! ¿Me entendés? Nadie… ¡Ni el gato! No sabe que no hace falta que haya demasiadas personas en el baile. De hecho, con que haya una es suficiente. De paso se cruzan con otra barra de amigos que vienen en coche, pero en sentido contrario. – ¿Cómo está el club? – les pregunta uno de los de a pie, estirando el cuello – ¡Mal! – contesta una voz dentro del vehículo – ¡Una porquería! No hay nadie – alcanza a agregar otro, mientras el eco del motor se pierde en la noche, tras una polvareda. – ¡Vamos igual

La primera piedra

Tantos mundos y yo fuera de todos. Eran unos días en los que me había resignado a convivir con tu ausencia. Otros días en los que tuve tus besos y tus lágrimas. Tan solo ayer, tu abrazo. Hoy, ni tus besos, ni tus lágrimas, ni tu abrazo. Ni siquiera tu ausencia. El único apedreado entre los pecadores.

Historias del Gato con Toga

"La Fiesta" A un guía de turistas argentino de la Isla de Creta se le ocurrió una singular idea y escribió unos panfletos que decían así: Todos los minotauros organizaron una fiesta para contarse historias y hacer poesía. Al laberinto fueron llegando, primero unos pocos, después otros tantos. Conversaron mucho, rieron y bebieron en comunión fraterna. Pero como no podían salir, al cabo de un tiempo comenzaron a devorarse los unos a los otros de puro aburridos nomás. Por eso, si usted entra aquí trate de rajar, porque la fiesta no ha de terminar hasta que llegue la Soledad.

Hechizo.

Había en sus ojos canciones inmensas. Y en su mirada murallas, pintadas de frío. Podría buscar en cientos de mares esa sal. La misma sal. Cada despertar la devuelve distinta al mundo de las cosas, de los días y las horas. Unas veces, caricia matutina, poesía cercana. Otras, pasión y lucha, sonrisa cotidiana. Pero si ocurre que no despierto y llegue el miedo, acaso, pensaré en sus manos y en el conjuro de su abrazo.

Todas las muertes

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Al Poeta se le ocurrieron muchas cosas, pero no dijo ninguna. Fuegos de colores le pintaron la memoria, pero no escribió nada. Tan solo imaginó. En aquellos momentos de la palabra hecha muerte, porque sí, el suplicio se hizo entusiasmo, el hambre, ansia. El corazón, maltrecho, ajado y lleno de esperanza, le latía entre las manos cada vez que un paisaje preciado le iluminaba los ojos vendados. Primero, sintió un hormigueo. Seguido, una aguda puntada le dejó la lengua en el paladar clavada. Pero no eran finas pinzas que su carne quemaban, no. Eran las aguas frías que por las noches de verano la piel le erizaban. Caudal fresco y siempre vivo del Darro, el Maule, o la Coronda, que a su cuerpo caliente aliviaba. El Poeta, digno en su silencio, alzó la cabeza y percibió la escena. No serían más de tres, los que allí se encontraban. Uno, de seguro, impartiría las órdenes con gestos muy ensayados y pocas palabras, más bien, toscos monosílabos o palabras cortadas, cortantes. Otro, abocado

Despertar.

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¿Ves lo que te digo? No está. Estuvo otras veces, pero ahora abro los ojos y no está. Ya pasaron dos noches, con sus lunas y sus soles. Los pajarillos de la mañana son como los soldados de la Resistencia. Han estado agazapados soportando todo lo que duró la oscuridad, luchando en silencio, esperando la oportunidad de remontar el alba con sus trinos. Hubiera querido soñar con ellos, de verdad. Despertar un día rodeado de nidos poblados de crías y de cantos celestes. A vos también se te ocurre el peor día para ir. Si, pero ¿Para qué iba a quedarme? ¿Para seguir maquinando? Mejor así. Yo lo soñé, viste. La primera noche me pasó, ¿te acordás? Es como que cada vez la jaula se me hace más chica. A veces pienso que ahora sí estoy encerrado de verdad. Son algo así como niveles. Me parece que esta vez es insoportable y que lo anterior era una bobada. Entonces quisiera volver. Volver a un sufrimiento anterior. No te pongas mal, de todos modos ya lo sabías. Todavía me parece que los veo abrazarse