Un diálogo interno

Traté de escapar. Solo para descubrir que no había dónde ir. No hay dentro, ni fuera. Todo es un círculo. No importa la o él, cero o cien. De verdad quise que mi vida fuera otra cosa. Algo más que acumular papeles inútiles, abrir los cerrojos cada mañana y cerrarlos por las noches. Encender las luces del salón con mecánica de idiota. Sentarme en esta silla, encender la computadora. Procurar que la abrochadora esté siempre en su sitio, que haya biromes suficientes para tomar los pedidos, que las carpetas de registros de taller permanezcan apiladas lomo contra lomo, formando un rectángulo sólido. Sacar cuentas, hacer el arqueo de caja diaria, aguantar las neurosis ajenas, ”buen día, señora” con la mejor cara que pueda tener. Eso si, nunca fui puntual. Me reservé para mi esa pequeña libertad, ese acto de rebeldía minúsculo. Creí que podía torcer las cosas, ablandar el ladrillo. Pero mi mundo es un lugar frío y hostil y ya no tengo paz.

Una persona me dijo hace un tiempo, que tenía que aprender a demandar, a pedir lo que necesitaba. No dio gran resultado. Yo quiero libertad, me dije. Pero la libertad no es algo que haya que salir a buscar, está dentro de nosotros. Siempre recuerdo la película de Frank Darabont, “The Shawshank Redemption” Me interesó porque está basada en una novelita de Stephen King. Bueno, el caso es que el protagonista es un condenado a prisión por un crimen del cual es inocente. La historia narra las alternativas de sus días en la cárcel. En una escena, el reo es confinado a una pequeña celda de aislamiento, como castigo por haber puesto música de Mozart por los altoparlantes de la prisión. Pasa muchos días allí, más de lo que nadie hubiera pasado, tirado en el piso, sin abrigo, sin luz, sin siquiera dónde hacer sus necesidades. Al salir, se reúne con sus compañeros de condena en el comedor, quienes le preguntan cómo había sido posible que resistiera tantos días de brutal encierro. “…es que tenía mi música” responde, “¿Acaso el alcaide te dejó llevar música?” le preguntan sorprendidos, a lo que el protagonista aclara, señalando su cabeza “No, está aquí. Eso no te lo pueden quitar”. Es una idea poderosa, la de conquistarse a sí mismo. Es, en definitiva, la idea de realización personal. Una vez acaricié esa libertad. Me pareció que era posible llegar a ella. Me pareció posible poder elegir. A veces uno se pregunta por qué una persona significa tanto. Puede pasar que esa persona, por su particular circunstancia, represente toda esa libertad, la música que nuestro injusto condenado escucha en su cruel confinamiento. Un tesoro. Es la fotografía que el valeroso soldado atesora en un relicario precioso que pende de su cuello en el frente de batalla. Foto ovalada y diminuta que besa presionándola con fuerza contra los labios antes de salir de la trinchera a la carrera entre las balas. Es el último susurro del fusilado, o de la víctima que siente crecer el calor de la hoguera. “Te amo, nada malo puede pasarme” Sin embargo, las cosas pasan de todos modos. La cuestión es la lectura que se hace de esas cosas y, más aún, cómo se las relaciona.

Es difícil imaginar cuántas cosas pueden suceder sin que se pueda tener algún gobierno sobre ellas. Todo lo que queda es transitar. Olvidar. ¿Será posible? Hace poco descubrí la historia de Clive Wearing, un director de orquesta británico que, después de sufrir una enfermedad que afectó parte de su cerebro, perdió casi por completo la capacidad de recordar. El caso es tan fascinante como trágico. De un momento a otro, Clive, de más de setenta años de edad, simplemente olvida lo que acaba de ocurrir. Lleva un diario fantasmagórico en el que anota entradas como de ordenador: “7.46am: Me despierto por primera vez. 7.47am: Esta enfermedad ha sido como la muerte hasta AHORA. Todos los sentidos funcionan bien. 8.07am: "YA ESTOY", despierto. 8.31am: Ahora estoy real, completamente despierto. 9.06am: Ahora estoy perfecto, desmesuradamente despierto. 9.34am: Ahora estoy superlativo y realmente despierto….” Pero no tiene la menor idea de quién lo escribe. Todo es inaugural para su volátil mente. “Ustedes son las primeras personas que veo desde que caí enfermo”, “No hay diferencia entre el día y la noche, no hay ningún pensamiento, no tengo sueños…” repite una y otra vez como un mantra cada vez que se le pregunta acerca de su condición. Me sentí intrigado y perturbado por esta historia. Es el correlato perfecto de la idea de “escape”. Si hubiera un lugar dónde escapar, sería allí donde no existiera la posibilidad del recuerdo. “…si habito en tu memoria, no estaré solo…” recita Benedetti en Señales, añadiendo la cuestión de la soledad al esquema. Soledad y recuerdo, desde esta perspectiva, parecen incompatibles. Hay en todo esto una concepción espacial de la memoria. Puede ser un lugar entonces. Un lugar que pude estar habitado por algunas cosas que se llaman recuerdos, que son representaciones del mundo. Puede estar repleta de recuerdos, pero nunca llena del todo ni, por el contrario, vacía por completo. Es una idea bastante plástica, más parecida a un círculo: infinito pero limitado. Siempre me interesaron esas figuras del pasado que uno tiene en la cabeza y que, de alguna manera, guían los actos desde la más profunda sombra. ¿Quién las puso ahí? Bueno, sería harto complejo ahondar en esto de un modo técnico, además de aburridísimo. Bastará con decir que no son para nada casuales esas representaciones que quedan impregnadas en la memoria y nos rigen con ociosa autoridad. Es aquí donde me pongo a pensar a cerca de la conexión ente mente y ser, y mi problema aparece.

Dije antes que quien ama, guarda un tesoro. Pensemos en su opuesto. Quien no ama, es un paria. Bueno, esto habría que discutirlo, porque el amor tiene muchas formas, es muy relativo, etc. Si, es cierto. Pero no quisiera detenerme en eso. El desamor puede ser una circunstancia. En eso estamos de acuerdo. Hay períodos en los que uno no ama a nadie. Bien. Pero uno debe, indudablemente, amar algo. ¿Qué pasa si uno no siente pasión por nada de lo que hace? Pasa que las cosas pierden sentido. Hasta el soportar los tormentos del encierro tiene sentido si se piensa en la libertad venidera. El tema es que no nos quiten esa posibilidad, ese pensar hacia adelante: la esperanza. El problema es la negación de la propia percepción, sobre todo cuando somos chicos. Que alguien venga y nos diga “esto que usted ve, no es así. Es asá” y reemplace esa porción de realidad con un discurso. Esa sustitución queda en la memoria como un relato de los hechos diferente al que nuestra propia percepción había asumido como válido (con base en nuestro conocimiento del mundo). Empezamos a desconfiar. Ni hablar si ese que nos disfraza las cosas es un familiar cercano, una madre o un padre, supongamos. ¿A quién vamos a creerle? Encima los que fuimos a escuelas católicas tenemos el dogma de los mandamientos en nuestras espaldas “Honrarás a tu padre y a tu madre” Si, fenómeno. Ese mandamiento traía una nota al píe que se perdió, según parece. Debía comenzar con las siguientes palabras: “ Salvo en los casos que…” y ahí venía seguro una enumeración enorme de salvedades. Pero aquello era letra muerta en la moral católica. Esa glosa, debe haberse perdido junto con otro mandamiento que diría “Honrarás a tus hijos”.

En fin, volviendo al tema del amor y el sentido que éste le da a las cosas, diré que no es tan grave entonces no amar circunstancialmente a alguien, lo grave es no amar nada de lo que se hace. Porque eso invalida la capacidad para ser amados. Y este es mi problema. No digo que a nadie se le ocurra amarnos, digo que el que es amado, debe tener desarrollada una capacidad que consiste en recibir ese amor, en sentirse amado. Al perder la capacidad de pensar hacia adelante, se nubla la posibilidad del progreso. “todo será así, por siempre” Nada va a cambiar, no importa qué haga. Se anula la idea de un mundo posible que me contenga. Simplemente no puedo imaginar un futuro en otros términos. No puedo pensar en la libertad venidera. Nada de lo que hago parece tener sentido. Simplemente porque a nadie parece importarle.

Aquello que nos realiza, que nos da valor y autoestima, eso que hacemos, sea lo que fuere, y amamos hacer porque nos gratifica, porque lo compartimos con otro, con pares, porque nos da satisfacciones, porque nos sentimos dentro de un sistema, en un conjunto de relaciones, eso que nos inserta en un todo, que potencia y mejora nuestras capacidades, ESO que le da SENTIDO a nuestra vida es, precisamente, lo que me falta.

Ahora mismo voy a apagar las luces, cerraré después los cerrojos y todo será, otra vez, lo mismo.

Comentarios

  1. Muy bueno....y muy cercano a la verdad..auqnue la verdad tenga una innumerable cantidad de aristas

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