De lo nuestro, lo peor.

El cuerpo de Candela apareció, sin vida, envuelto en bolsas. La niña estaba desaparecida desde hacía nueve días. Este caso tomó estado público como hace mucho tiempo no sucedía. Uno hace memoria y es inevitable evocar la provincia de Catamarca, comienzos de los ’90. El caso María Soledad Morales conmovió por su trascendencia, e inauguró una dolorosa lista de muertes que, aunque en circunstancias diferentes, nos acercan a lo peor de nuestra sociedad.

La violencia y la muerte circulan solapadas entre nosotros. Nuestros hijos, los niños y niñas, son siempre los más vulnerables, quienes sufren todo el peso de un mundo que muchas veces les es hostil. Se convierten muy a menudo en la válvulas de escape.

El hilo se cortó, otra vez, por lo más delgado. El saber popular rara vez se equivoca. Puede generalizar, pero no se equivoca. ¿Qué clase de sociedad sacrifica a sus hijos en nombre del dinero?¿La nuestra? ¿Esta sociedad? Quisiera pensar que no. Pero pienso muchas otras cosas también. Pienso por ejemplo que está mal escribir en primera persona. Dicen los que siguen al pie de la letra las reglas tácitas del periodismo que hacer eso le da a quien escribe, un protagonismo que no tiene, que no puede tener. Que la noticia es siempre más importante y que es deber del comunicador correrse de la escena. Y está bien. Pero no lo hago por arrogancia, sepan entender. Si es preciso, de antemano me disculpo por quebrantar esa regla.

Sin embargo, hay muchas otras reglas implícitas cuya violación cada vez espanta menos. No pretendo caer en la falacia, subiéndome a la indignación que aflora, y es normal que así sea, en muchas personas y colegas debido al tratamiento que el tema tuvo en algunos medios. Es más sencilla la cosa. No me refiero ni siquiera a los medios. No quiero ni pensar en algunas tapas que aparecieron hoy. Escribo en primera persona porque no estoy seguro de a quiénes podría representar con estas palabras. No quiero adueñarme de la opinión pública, no quiero indignarme, porque la indignación enmascara olvido, tolerancia, resignación, configura silenciosa complicidad. Tampoco me parece que debamos preguntarnos si hay muertes o tragedias que deban movilizarnos más o menos, o señalar como una mera hipocresía cualquier acto de condolencia. Habrá quienes hagan de esto un manejo político, algunos adrede, otros movidos por la reacción o el oportunismo. ¿Por qué no salimos todos a marchar por los chicos que se mueren desnutridos, los indigentes del conurbano de cualquiera de las grandes ciudades del país, los fantasmitas de cinco o seis años que recorren el centro porteño, por ejemplo, cada noche abriendo puertas de taxis? La lista sería interminable. Podría enumerar montones de tragedias y situaciones ruinosas que vulneran la condición humana, muchas de ellas ocurren a la vuelta de la esquina. Si sigo, me indigno y me paso del otro lado.

¿Este asesinato debería revolvernos más las tripas que los cientos de casos de gatillo fácil? Sucede que no todo es lo mismo. Por supuesto que hay que atender cada cosa, una no es más o menos importante que la otra. Aunque no todo es atribuible a la inseguridad. El fenómeno de la “inseguridad” es multicausal y complejo. Ya su formulación como algo inequívoco y puntual es errónea. Sus alcances son difusos. Muchas cosas pueden ser inseguridad. El único efecto que tiene azuzar desde los medios los casos policiales, los crímenes y los delitos en general, es el de generar miedo en la población con el fin de limitar las libertades individuales y recortar los derechos civiles de todos. Además de lograr un efecto de estigmatización de ciertos sectores para generar enemistad en el seno de la sociedad. Esto en las capas más bajas del ejido social se logra por coerción, es decir, a palazos. En los sectores medios la cosa es más sutil, se debe lograr que en forma voluntaria las personas renuncien a sus derechos, utilizando la estrategia de la colonización subjetiva.

No persigo acuerdo en esto. Hablo por mi. Quiero tener la cabeza fría. Hago lo que es pertinente desde mi lugar, escribo.

Al conocerse ayer el trágico desenlace pude escuchar en la calle expresiones por el estilo “¿Viste lo de la nena?” La barbaridad de turno. “¿Se puede ser tan hijo de puta?” Se puede. Por dinero parece que se puede, y eso no es ninguna noticia. A Candela la mataron por plata. Ese es el relato de los medios de comunicación. Una venganza ejecutada por los supuestos miembros prófugos de la banda de “piratas del asfalto” de la que su padre formaba parte y por cuyo accionar se encuentra hoy privado de su libertad. Un secuestro extorsivo, llevado adelante con la finalidad de recuperar parte del botín que el reo habría guardado para sí, desatendiendo los “códigos” de la banda. Pero, de ser así, los asesinos de la nena no obtuvieron al perpetrar el hecho, ni como consecuencia de este, el dinero que buscaban. ¿Importa eso acaso? Fueron nueve días. Si las cosas se dieron de ese modo, ¿No hubo la posibilidad de darles a los captores lo que querían? Tal vez la presión mediática y la sobreexposición del caso haya sido contraproducente en este sentido. Solo conjeturas, lecturas contrafactuales imposibles. Con el tiempo algunas cosas se sabrán. Otras, nunca. Sobre todo porque este tipo de casos generan noticias de la noticia que hacen que perdamos el horizonte.

El asesinato de Candela no es un hecho político, es un crimen. Sin embargo, no debe ser visto en forma aislada. Si se trata del crimen organizado (o “piratas del asfalto”) es muy probable que haya complicidades de las fuerzas de seguridad, que muchas veces administran el delito como medio de control de la marginalidad y para obtener caja, en lugar de combatirlo. Por esto me pregunto una vez más qué es la inseguridad.

No hay cosa imaginable que pueda justificar semejante atrocidad. Sin embargo ocurrió. La reacción de la opinión pública es, por estas horas, cambiante. Existe un hecho contradictorio. Mientras Candela era buscada y su causa se regaba por todos los medios del país, cundía un sentimiento de solidaridad unánime. La versión que corrió con más fuerza fue aquella que sostenía la hipótesis de que la pequeña estaba en manos de una red de trata de personas. Una vez desarrollados los hechos, al menos de los que tenemos cuenta, la versión fue descartada. El relato de los medios en estos momentos es otro, como describí antes. Pero ¿qué sucede ahora con ese sentimiento de solidaridad y apoyo que da sobradas muestras de resquebrajarse? Sucede que la muerte de Candela podría estar relacionada con delitos contra la propiedad privada, con robo calificado, con delincuentes comunes. Su padre preso se volvió el foco de atención. ¿Cómo se concilian ambas cosas? ¿Se volverá justificable este crimen?

Una nena de once años fue brutalmente asesinada. Fue víctima por ser lo más débil del hilo. Habrá que tomarse el trabajo de desenrollar el carretel y ver hasta dónde nos lleva ese hilo.

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