Hablando de ficción.

Ficción es

No sería exacto decir que las cosas que escribo devienen en realidad. De algún modo ya son realidad cuando las escribo. Obvio, dirá usted levantando una ceja. No tanto, le contestaré yo, para que levante las dos. Un texto cualquiera, como este por ejemplo, es parte del mundo en el momento en que es escrito. Eso es notable, aunque es una impresión incompleta. El mundo puede ser muchas cosas, tener niveles, apariencias. Sucede que hay un manto de normalidad, un consenso sobre lo real que nos impide darnos cuenta, pero en el simiente de lo que escribo las cosas ya han sucedido, están sucediendo, o así lo harán. Las palabras tienen el potencial para proyectarse, y la escritura, como hecho en sí, fuerza la ocurrencia de otros hechos. Escribir es voluntad de cambio, es volcar la esencia de aquello que se anhela en la realidad y esperar que haya terreno fértil para que florezca.

Si acaso tengo un sueño, y al despertar escribo lo soñado, podemos convenir que estoy escribiendo acerca de algo que ha sucedido realmente: mi sueño. Sin embargo, por consenso, no podría actuar como si lo ocurrido en el plano onírico hubiese ocurrido verdaderamente en el plano de los hechos físicos, pero esto no invalida la posibilidad de que así suceda en algún momento. ¿A qué nivel de la realidad opera mi texto? Lo hace unas veces como catalizador, otras, como condicionante, como guía o inspiración, que dinamiza los hechos del mundo. Mundo del que mi texto forma parte, como un artificio más, una decoración, pero que a la vez es una puerta a un mundo final, desprovisto de muchas de las distracciones que nos envuelven. Las claves están allí, como códigos cifrados que transmito. Escribir, entonces, es mirar debajo de las cobijas de un mundo desnudo.

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