Pensar un color.


Prefiero la fatiga. Soporto una ausencia, prefiero esperar. Hay demasiada alegoría en lo que escribo, demasiado desear y poco decir; mucho desear decir también. En la suma del deseo, espero. Siento la fatiga de esa espera, de la atroz tarea de esperar. Atroz, sin embargo la prefiero. Lo que me ocurre por lo normal es la no preferencia sobre las cosas. Me gusta tener criterios, y que lo demás suceda como consecuencia. No prefiero un color, estimo necesario que las cosas tengan colores y es tarea para mí, dárselos. Preferir sería asumir que las cosas están dotadas de color, que el color es. No. Uno no elige. Uno debe colorear antes de que otro lo haga; y si otro ya lo hizo, pues bien, habrá que procurar una tonalidad capaz de hacer de la primera capa de pintura un reflejo insondable, un desvío insospechado, hay que hacer del color anterior algo inimaginable, borrarlo. Para hacerlo, habrá que trabajar sobre la lengua. Pintar distinto es hacer que las personas vean otra cosa cuando yo les diga “rojo”, algo diferente de lo que antes percibían. Aunque, en este caso, prefiero esperar. Y lo prefiero, porque lo otro es la nada. Bueno, no es exactamente la nada, pero sí algo como la nada; una representación de la nada, una cosa que para mí es la nada, tal y como para alguien puede ser otra cosa, o la equivalencia a otra cosa; una preocupación banal, una discusión antojadiza, o no tener siquiera noción de todo esto y creer que las piezas del ajedrez son negras y blancas porque sí. Prefiero dar batalla contra las poderosas formas de la nada, y parir al mundo un puñado de palabras escritas. Que estén ahí, que estén vivas, que las vayan leyendo, mientras yo miro cómo lo hacen. Discutamos qué quise decir, qué leen los demás, qué laberinto lingüístico ha sido el resultado de este enjambre del decir; por  qué paredes trepará esta enredadera fresca y vivaz, por qué grietas se irá filtrando esta espuma que no para de crecer, cuáles serán los vientos que se poblarán con este aroma, por qué cauces sonará este río, mi río, nutrido de cientos de vertientes misteriosas, del agua de la rabia, del deseo y del amor. Entonces otros dirán que no dije lo que dije, o que lo que me propuse decir, era, en realidad – en su realidad – , otra cosa; dirán lo que no dije, silenciarán todo lo demás, para poder decir el mundo otra vez. Su rojo será más rojo que el mío y usted, y yo, tal vez, habremos olvidado esto. Por mi parte fingiré haberlo olvidado, claro.  

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