Visita a la feria.


Comentario caprichoso.

Unos gruesos tomos salteados; las obras completas de Faulkner (tomos lV y V),  alguno de Kafka (tomos ll y lll, creo) y otros autores que no recuerdo; ocupan los estantes superiores de algunos puestos. Casi parecen fuera del tiempo. Son atractivos, con sus lomos labrados y ese verde oscuro, sobrio, que adorna cualquier biblioteca  con un aire erudito y tedioso. Pero su circunstancial discontinuidad desalienta a los compradores. Lo mismo que una ojeada en su interior: el tamaño de las letras anuncia una penosa tarea para los miopes. Más allá de la oferta y de su singular edición, permanecen ahí, día tras día, anacrónicos, indiferentes. Sobreviven a la feria y al manoseo constante de los curiosos, que los examinan como si fueran piezas de museo. Otro problema con los tomos es que cansan de solo verlos. Parecen pesados ladrillos apilados tapa con tapa, lomo con lomo, en el estante de arriba dónde hay lugar de sobra, dónde no se ponen las novedades porque ni los niños ni los distraídos las advierten. Hasta que alguien quiera presumir de erudición o busque provocar la fatiga de los contertulios literarios, o, simplemente, tenga buena vista y compostura, los arduos volúmenes seguirán ahí, feria tras feria, desentonando con el paisaje. Llegará el día en el que, por fin, alguien les dará lugar en los sectores superiores de su biblioteca, allí dónde nadie alcanza por más banquito que le pongan. Más allá de esto, las ediciones nuevas de la literatura que me interesa cuestan lo mismo que en cualquier otro tiempo y lugar. Solo la buena voluntad (o la ignorancia) de algún librero macanudo, me tentó de hacerme con un librito que otro.    

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