Préstamos y devoluciones


Cuando era chico, mis papás solían retarme. Entre otras cosas, ellos creían que yo perdía de modo misterioso mis útiles escolares. Presumían o bien que los dejaba olvidados o que me los robaban mis compañeritos de grado. Lo que ocasionaba enormes griteríos, llamados al colegio, reuniones con autoridades educativas y coscorrones varios. Jamás contemplaron la posibilidad, y para ser sincero nunca se los señalé, de que yo pudiera desprenderme de esos objetos en forma voluntaria, prestándolos por largos períodos, o, directamente, regalándolos.  
Hoy recibí un lápiz por correo. Llegó esta mañana. En un sobre mediano, y en compañía de algunos papeles para disimular la fisonomía inconfundible de aquel objeto. Le saqué punta y lo probé. Un lápiz con el que puede pintarse un color hermoso. De hecho es casi mi favorito. Está usado, muy usado la verdad. Sin embargo coloreé un buen rato. Luego de pensar un poco, como es usual, revisé la lista de los faltantes y corroboré que era uno de ellos. Lo guardé en una caja de madera junto con los demás colores. Ah, el remitente prefiero no mencionarlo, pero estaba fechado en junio del ’92. no son muchos los que faltan para completar la colección, es decir que regalé muy pocos. He sido un avaro. 

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