Habitar.

La ciudad se escucha, apenas, creciente. Sin tanto amor ni tanta saliva, las partituras de sus amantes sonaban indolentes. Para qué tanto verbo, tanto suspirar contra la almohada, tanto antes, tan poco después. El cansancio casi siempre nos ganaba, y era salir de entre las sábanas a tomar algo fresco. Ahora pensar en ella se lleva todas mis energías. Pasión que preciso para escribir. Si no es a ella entonces, si no es para pintar la memoria incolora, rojos los besos, blancas las heridas, al fin y al cabo no escribiré nada. La ciudad ha llegado, es inmensa ahora; es difícil pensar cómo ha pasado el tiempo. La ciudad crecida será una poesía hermosa. Mientras tanto puede ser (es) un verso trágico, una estrofa insolente. Nunca la veré crecer del todo, pero me basta habitar en las semillas de tu jardín florido, en las gotitas de tu tempestad, en el vaivén de tus ojos, en tu pasar al otro renglón. La ciudad es un misterio, dulce y oscura, laberinto de poesía en el que me hace vivir.

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