Mikrokosmos.
Un minuto es demasiada ventaja para el silencio. Es algo que no se puede hacer. Mire si no. El piso desaparece bajo los pies y las cosas deben ser dichas pronto. Suspenderse en el abismo, mirar hacia abajo por un instante. No, pero sin caerse mi amiga. Vamos, espere que García Márquez ya inventará ese pueblo otra vez. No tenga miedo. El miedo nos hace caer, Bartók lo sabía. Lindo escucharlo cuando escribo, si puedo olvidarme de Lendvai por un rato. Ahora dígame, mientras dura este trance, ¿qué le parece hasta aquí? No conteste si no quiere. Puede elegir marcharse y retomar después, pero no es aconsejable. Es como el soñante: olvida que las cosas son de sueño y termina por creer que vuela. Primero el perro, que según deduzco nunca soñaba, luego la pareja del piso de arriba a los gritos limpios (quién sabe qué fue del pobre perro) y ahora la trompeta. En fin, a mi me gusta el Dixieland, aunque mis oídos perciben los límites de la improvisación, como se alcanza la baranda del subt...