Maleficium
“…Soy lámpara para ti, que me
ves.
Soy puerta para ti, que llamas
a ella.
Tú ves lo que hago. No lo
menciones
La palabra engañó a todos,
pero yo no fui
completamente engañado.”
—Himno a Jesucristo, atribuido
a Prisciliano.
Encontré esta historia casi por obra
de la casualidad. Estaba meditando con tristeza acerca de las hondas
trivialidades de lo cotidiano cuando resolví encender el televisor. Supongo que
buscaba distender un poco aquel estado de melancolía en el que me encontraba,
ciertamente del modo menos eficaz, tal era mi desesperación. Comencé a cambiar
de canal hasta que me detuve en un programa. Entrevistaban a Alejandro Dolina y
le preguntaban acerca de qué don le hubiera gustado poseer. Le daban a elegir
de una terna entre la prosa de Borges, la zurda de Maradona, y la voz de
Gardel. El negro no dudó un segundo y eligió la tercera opción. Coincido con
él. Enseguida me pregunté por qué y ensayé una respuesta: de los tres dones
mencionados, el escogido es el único que tiene un reverso positivo. Los otros
dos, son casi maldiciones. La extraordinaria habilidad vocal de Gardel le fue
de provecho al morocho del Abasto para forjarse un personaje, para inventarse a
sí mismo. Por el contrario, la prosa borgiana y la zurda del Diez tienen
reversos negativos, implican un sacrificio grandísimo, un costo demasiado alto.
Yo también hubiera elegido la voz del zorzal criollo. Borges se parece a un
escritor maldito. Apagué el televisor y me puse a leer.
Hace tiempo estoy preparando un
texto sobre el Espíritu Santo y aquel don que brinda la posibilidad de hablar
en diversas lenguas. Buscando información acerca de las disputas cristológicas,
una serie de polémicas sobre la
naturaleza de Jesús/Cristo mantenidas en el seno de la iglesia cristiana
durante los primeros siglos de la fe, tropecé con la figura del obispo Prisciliano
de Ávila, el primer sentenciado a muerte acusado de herejía, ejecutado en
nombre de la Iglesia
Católica. Prisciliano y sus colaboradores se opusieron a la
creciente opulencia de la jerarquía eclesiástica imperante en el siglo IV. En el año
385 Prisciliano llegó a Tréveris, donde fue acusado, a través de Flavio Evodio,
prefecto del emperador, de la práctica de rituales mágicos que incluían danzas
nocturnas, el uso de hierbas abortivas y la práctica de la astrología
cabalística. Tras obtener una confesión mediante tortura, Prisciliano fue decapitado
junto a sus seguidores. Durante el proceso, se acusó al obispo de todas las
atrocidades imaginables, muchas veces de manera infundada o tendenciosa. La
causa estuvo plagada de vicios, y la condena fue decidida de antemano. Las
Memorias de Historia Antigua de la Universidad de Oviedo dedican al prefecto unas
breves líneas: “Hay más noticias sobre la condición de persona malvada de Evodio:
lo constata Sulpicio Severo en su Vita Martíni 20.4 donde dice: praefectus
idemque consul Euuodius uir quo nihil unquam iustius fuit (Evodio prefecto y a
la vez cónsul, nada existió nunca más injusto que este hombre)
Entre los priscilianistas se encontraba
Eucrocia, viuda del famoso rétor Attius Tiro Delphidius. Prisciliano fue
acusado de mantener relaciones sexuales con ella y de practicar juntos la
brujería. Eucrocia había heredado de su marido unos misteriosos textos
encontrados en Burdeos. Los manuscritos supuestamente revelaban los secretos de
la escritura perfecta y la retórica cósmica. La habilidad de Delphidius en el
uso de la oratoria lo había convertido en un abogado infalible. Su éxito en las
cortes de Magnencio, el usurpador, le valió una larga lista de enemigos,
quienes querían hacerse de los códices que, según se rumoraba, eran la fuente
de su vehemencia. Tras la caída del emperador, fue perdonado a instancias de su
padre. Este lo despojó de los textos mágicos, los que fueron entregados en
secreto a su esposa. En el juicio contra Prisciliano, los funcionarios trataron
por todos los medios de encontrar culpables. Para ello, desfilaron varios
testigos de acomodo en audiencias organizadas. Muchos buscaban beneficiarse con
el proceso, obteniendo el favor de la Iglesia. Caelius Plinto, un oscuro y ambicioso notario de
rango menor, enterado de la leyenda de los textos mágicos usados por
Delphidius, convenció a Eucrocia de que podría salvar a todos los
priscilianistas si ella le otorgaba los manuscritos retóricos de la perfecta
escritura a modo de soborno. Desesperada, Eucrocia aceptó el trato. Días más
tarde, el chantajista obtuvo lo que quería. Se le entregó un cofre de madera
sin cerradura atado con una cuerda. Plinto, pactó con la jerarquía eclesiástica,
testificó en contra de los acusados, y prometió mostrar los textos como prueba
de maleficium. Dijo que Eucrocia
mediante magia negra había hecho aparecer el espíritu de su esposo muerto para
que éste le revelase los misterios de la retórica. Una noche, Plinto soñó que
Eucrocia lo visitaba en su habitación y le dictaba al oído, palabra por
palabra, un cuento perfecto como nunca antes se había escrito. El notario
despertó en su escritorio. Ante sus ojos estaba aquel texto fantástico. Una
obra sobrehumana. Plinto se deslumbró, convencido de que estaba en presencia de
un prodigio divino. Por afán de gloria y reconocimiento, se apuró a mostrarlo.
En la audiencia, todos esperaban impacientes. Grande fue la sorpresa cuando los
funcionarios observaron que los papeles que Plinto exhibía, visiblemente
exaltado, solo contenían manchones de tinta, garabatos y algunas palabras sin
sentido. -¿No lo ven, acaso? ¡Ahí está!- repetía mientras los guardias lo
arrastraban por los pasillos. Fue acusado de falso testimonio, paganismo y
condenado por sacrilegio. Su pena fue revisada por su condición de alcahuete y
fue exonerado de la muerte. Entre sus pertenencias, la autoridad eclesiástica
encontró la caja de madera que Eucrocia le había dado. Los encargados hicieron
constar que estaba vacía. La viuda de Delphidius
fue decapitada junto con todos los priscilianistas: Felicísimo, Armenio,
Latroniano, Aurelio y Asarino. Tras la ejecución de Prisciliano, un
movimiento de sus seguidores se mantuvo en vigor durante al menos dos siglos
más, sobre todo en la
Gallaecia donde había tenido origen,
Dicen los
iniciados en las artes oscuras y los paganos que el espíritu de Eucrocia sigue
visitando a los incautos en sueños, para susurrarles al oído algún cuento
perfecto. Conviene desconfiar ante tales evidencias aparentes.
Comentarios
Publicar un comentario