Las circunstancias de Helena (fragmento)
Helena está loca. Loca, dicen, está. Porque
habla sola, parece. Porque dice a los cuatro vientos, porque la quinta pata,
porque corretea aves en la plaza y alimenta animalitos imaginarios. Y es como
si no se bañara muy seguido que digamos. No se baña, qué desastre. Vean lo que encontraron
en su casa (vale la pena mencionar): una montaña de sobres devueltos al
remitente por destinatario desconocido; y lo más lindo, entre la mugre del
balcón, una plantita en el piso. Muy verde ella, con los tallos florecidos, con
pequeñas puntas violeta o rosa, todas apuntando para arriba, queriendo ganar la
pared, queriendo robar la luz, buscando la humedad de una llovizna ocasional que
por fatalidad del descuido (suerte de la planta) había dejado Helena la ventana
abierta y se le mojaban las hojas. Tan estirada la pobre, crecida por entre los
bártulos para superar esa angustia gris y alcanzar la frescura, el viento, el
agua y el sol, a veces. Nos dio pena y la subimos un poco. La pusimos con
cuidado junto a la ventana, arriba de unos cajones. Ahí estuvo. De Helena no
supimos más nada. Lo último: estaba sentada en ese banco de piedra en la plaza
mientras se hacía de noche. Quién sabe qué planes tendrían para ella. Varias
páginas sucedieron sin menciones, sin el menor detalle. Tal vez más adelante,
dice algún optimista, pero no creo. En realidad nadie cree pero no se atreven a
decirlo. Igual estaba loca, si no ¿qué es eso de las cartas vacías entonces? (¿vacías?)
También había pilas de papeles. Cuatrocientos ochenta y seis y nada. La planta,
murió sin escándalo, pagó nuestra imprudencia .Y a nosotros, ¿quién nos dará de
comer?
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